Como se puede concluir del título, la acción transcurre básicamente
en el Tíbet, si bien para llegar hasta ahí el autor tendrá que pasar por mil
peripecias, escapando de un campo de prisioneros británico en la India,
recuerda en este sentido un poco a la historia de Papillón aunque, como decía, Heinrich no tiene ni de lejos la fuerza narrativa de Henri Charrière.
La segunda parte del libro transcurre una vez que Heinrich
se ha conseguido infiltrar en territorio tibetano, aunque tiene que inventar mil
excusas e historias para que no lo echen del país, ya que el Tíbet vivía de
espaldas al resto del mundo, era neutral y no quería problemas con nadie y
mucho menos que le invadiesen los extranjeros o narizotas. Estamos hablando de
los años de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día las cosas han cambiado mucho
y el hombre blanco lo ha invadido todo, pero en aquellos tiempos ver a un
europeo por las cumbres del Himalaya y de Lhasa no era nada habitual.
Es durante su estancia en el Tíbet donde suceden las cosas más
interesantes que nos narra el autor. A través de los ojos de un alemán ajeno a
las vicisitudes de la gran guerra, el comienzo de la misma le pilló en Asia y
allí la vivió, o mejor dicho apenas la vivió, Heinrich nos cuenta como es el
pueblo tibetano, cuáles son sus costumbres, su cultura, sus jeraquías sociales,
su fe, su alegría de vivir con lo puesto, su estatus de pueblo libre que cae finalmente en manos de la
fuerza invasora de Mao. Los tibetanos vivían con los justo, aunque había clases
sociales muy marcadas, pero el Tíbet de los 40 y 50 era un país todavía muy
marcado por el subdesarrollo y el aislamiento geográfico y tecnológico. En un
ambiente así es comprensible que las relaciones entre personas sean más
naturales, más auténticas, ya que se vive la esencia de las cosas y se
prescinde de lo superficial. De hecho, el autor desvela como llegó a tener
relación con el mismísimo Dalai Lama, a la sazón un crío que no llegaba a los
15 años, al que instruyó con el tiempo en diversas disciplinas, llegando a
adquirir gran confianza con él mismo.
La figura del Dalai era divina para su pueblo, era la
reencarnación de Buda y por tanto el rey del pueblo. No se le podía mirar a la
cara, no se podía estar más alto que él, etc, salvo que uno fuese muy allegado.
Ni siquiera sus padres tenían apenas trato con él mismo desde que fuera elegido
como el nuevo Dalai Lama. Por eso, sorprende todavía más que un extranjero
pudiese introducirse en ese coto tan reservado, algo que seguramente se pueda
explicar por la curiosidad y el hambre de conocimientos del joven Dalai.
Un libro muy interesante para todos los enamorados del Tíbet,
las sociedades orientales o la geografía de los Himalaya, escrito con un
lenguaje sencillo y apto para todas edades. Por cierto, se llevó a la gran pantalla en una peli protagonizada por Brad Pitt.
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