Las gentes que viven del Circo y para el Circo, que consagran su vida a la carpa, son muchas y variadas, como iremos viendo. Muchas veces, la mayoría, el público que acude al espectáculo del circo sólo es consciente de la parte lúdica del show, pero no de lo que pasa en los camerinos, de lo que es la vida de los profesionales del circo en el día a día. Esto es normal en el caso del público infantil que, para fortuna suya, sólo es capaz de ver el lado positivo de la vida, pero para nada es disculpable en el caso de los adultos. Vamos pues a poner cerco a esa ignorancia, ilustremos con unas cuantas pinceladas la vida del circo más allá de la carpa. El personaje que abre esta serie de relatos es el tan afamado Domador de pulgas.
Ilustración de Alba Fernández: "el
domador de pulgas"
El domador de pulgas era justo lo contrario de los animalillos con los que se ganaba la vida, esto es, un hombre grande como una montaña, orondo y voluminoso, al que le costaba caminar y que una vez que se sentaba era fácil verlo clavado en el mismo sitio durante horas, pues el esfuerzo de levantarse le consumía muchas energías. Era un hombre peludo de barbilla para abajo, sobre todo en el torso, en contraste con una cara barbilampiña. La explicación venía, según el mismo declaraba orgulloso, por el lado de su oficio. El se consideraba un profesional, un maestro en el arte de amaestrar, entrenar y domar, cuando hacía falta, a las rebeldes pulgas. Su padre y su abuelo le habían enseñado que la mejor forma de entenderse con las pulgas, la única verdadera, era convivir con ellas estrechamente. Por tanto habían puesto en marcha un mecanismo de convivencia que consistía en que las pulgas habitaban en el domador, en la frondosa pelambrera de su pecho. Era pues un oficio vetado al género femino y el domador se enorgullecía de ello, pues había sido educado en el machismo más estridente y rancio.
Sin embargo, no era conveniente que el pelo se extendiese más allá del cuello, pues las pulgas, aunque bien amaestradas, mantenían siempre un espíritu rebelde y de explorador nato que las llevaba siempre a descubrir nuevos territorios. Por eso el domador, igual que todos sus predecesores en el clan, llevaban el resto del pelo rasurado, nada de barba ni de cabello, lucía un cráneo impoluto, digno del hombre bala, aunque le horrorizaba pensar solo el hecho de meterse en aquel cinlindro con pólvora. No, el jamás podría ser un hombre bala ni ninguna otra cosa, el había nacido con un don, el de domar y enseñar a las pulgas a comportarse dignamente y no como vampiros disolutos.
Dado su alto nivel de cualificación, no cualquier pulga era admitida en el Circo para representar el magnífico número del domador. Era necesario reunir una serie de atributos, no tanto físicos, pues la gracia estaba en la diversidad, como mentales. Cada pulga tenía su cometido. Así tenía a la pulga matemática, capaz de realizar cálculos imposibles para muchos humanos; la pulga meteoróloga, capaz de predecir el tiempo con días e incluso semanas de antelación; la pulga buceadora, que se pasaba la mayor parte del tiempo en una barrica llena de agua perfeccionando su estilo, era la única que tenía permiso para ausentarse del torso del domador cuando le viniese en gana. Y había muchas otras con grandes habilidades, pero sin duda aquella que más apreciaba era la pulga con faldas, este era un ejemplar fundamental en la manada, ya que dada su coquetería mantenía siempre unidas entorno a ella a las demás pulgas, minimizando así el posible riesgo de fugas, dado que en el circo hasta las pulgas pasaban un hambre terrible y la tentación de buscar una vida mejor no era poca. La pulga con faldas era única, es decir, cada domador tenía una y solo una, esta era una ley inviolable. Tener más de una sería solamente una fuente de problemas, como bien sabía él a raíz de lo que le había ocurrido al insensato domador del circo chino. Tanta innovación no podía ser buena, y un día el domador chino se encontró una guerra civil en su cuartel de pulgas, cada bando defendiendo a una pulga con faldas. La batalla había sido cruenta y el domador chino había perdido sus pulgas, todas menos una, y su empleo. La única pulga que había conseguido sobrevivir al holocausto estaba ahora con él y se sentía muy orgulloso de poder contar con una pulga china, la primera que tenía, algo que sus ancestros jamás habrían imaginado, y no sólo le daba una nota de exotismo a su ejército de pulgas sino que además la pulga de ojos rasgados era capaz de ejercitar unos números de equilibrismo que ni siquiera los humanos del circo se atrevían a poner en práctica.
Por tanto, el domador de pulgas era un hombre satisfecho de su trabajo y orgulloso de sus pulgas, a las que defendía por encima de todo y de todos. Así, jamás dejaba que ser vivo alguno, y mucho menos los canes, se acercasen siquiera a ellas, los espantaba a patadas o a manguerazos. Los perros eran la peor amenaza, era como si Greta Garbo se te apareciese de la nada y te invitara a una cerveza fresca, el lo sabía muy bien y ponía especial cuidado en que ninguno rondase por allí.
Así pasaban los años y las pulgas crecían, formaban una familia y morían. Cuando una pulga dejaba de existir se arrancaba un mechón de pelo del pecho en señal de duelo y la introducía en el santuario de pulgas itinerante, que llevaba siempre consigo, alrededor de todo el globo terráqueo, y confeccionaba un sudario con el pelo para que la pulga encontrase el calor que había tenido en vida. Las pulgas eran toda su familia y él era el padre que todas querían tener, eran un clan muy unido.
genial texto y genial dibujo. una colaboración entre dos masters.
ResponderEliminarDe.hecho nos vamos a presentar al próximo Planeta jajajjaja
ResponderEliminarMe encanta el texto y, por supuesto,la ilustración... Felicidades a ambos!
ResponderEliminarA propósito, no me había visto nunca identificada con una pulga...
Gracias por los cumplidos, le transmitire tus felicitaciones a Alba, por si no lo ha visto.
ResponderEliminarNo sabia que se te daban bien las Mates...jajajajja
muaaaaaaaaaaac
Gracias Rosalia se agradecen tus palabras
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