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miércoles, 7 de noviembre de 2012

El Circo (II): El tahúr de circo

Este es un trabajo a dúo, los textos los elabora un servidor, vpower, mientras que las ilustraciones, sin duda lo más atractivo, llevan la firma de la pintora, fotógrafa, filántropa y artista en general  Alba Fernández Pérez


El tahúr del circo era un personaje que parecía estar fuera de lugar en medio de aquella variedad de gentes y demás seres vivos que habitaban la carpa y sus aledaños. Para empezar, no le gustaba nada que le llamasen tahúr, él era un prestidigitador, un manipulador de la mente, un sicoanalista venido a menos por las circunstancias propias de la vida, que es muy puta cuando quiere, decía él entre dientes cuando no tenía su mejor día.

Su apariencia, ciertamente, desentonaba entre el mundo de harapos, pelucas, coloretes, postizos y olores nauseabundos que inundaban el circo. Su porte era el de un gentleman, zapatos negros lustrosos (sus buenos 10 euros por semana le costaba mantenerlos en aquel estado de exaltación y brillo), pantalones de pinzas un poco gastados y pasados de moda pero de un planchado intachabe, chaleco de seda floreado sobre camisa blanca que tornaba un poco ya hacia el amarillo, chaqueta larga y sombrero de copa. También se tocaba con un monóculo, pero era más parte de la actuación y de la ambientación del personaje que un problema ocular, pues veía más y mejor que los halcones amaestrados del circo. Pero se había acostumbrado tanto a llevar ensartado aquel pedeazo de cristal grueso como el culo de vaso que sin él se sentía incompleto o medio desnudo, incluso no se lo quitaba ni para ducharse, pues así se evitaba también su limpieza, aunque la ducha solo tocase una vez por semana.

Ilustración de ALBA FERNANDEZ

Se apoyaba en un bastón con empuñadura de plata falsísima y con forma de efigie egipicia. En este caso, sin embargo, no se trataba de un simple aderezo, pues manifestaba una marcada cojera desde que el león del domador le había propiciado una dentellada descomunal en toda la pantorilla. Siempre se había quejado al dueño del circo de que los leones estaban muy escuálidos, pero nadie se preocupó de ello hasta que aquellos empezaron a zamparse a los habitantes del circo, pero esa es otra historia que contaremos en su momento.

Por tanto, su apariencia era la de un señor curiosamente adecentado, aunque venido a menos. Respecto a su físico, era espigado como un ciprés. Aunque juraba que en sus años mozos se burlaban de él en la escuela por sus problemas de obesidad,  todo el mundo era conocedor de que toda su vida había sido un camino tortuoso con un mendrugo de pan y poco más. Físicamente no era nada atractivo y tenía un gesto de avidez en la mirada que inquietaba a los visitantes de la carpa, una mirada como de felino al acecho dispuesto a roerte hasta los huesos. Las mandíbulas de su cara estaban tan pegadas por falta de uso que sus facciones habían ido adquiriendo la fisonomía de los lagartos y sus ojos brillaban en la oscuridad, como los de los felinos que se le habían llevado media pierna. Las orejas eran pequeñas y estaban pegadas a la cabeza, como replegadas, sin interés alguno por lo que pasaba fuera de su entorno. La nariz aguileña contribuía a agudizar su apariencia depredadora y una frente alta y poderosa le daba un cierto porte de nobleza perdida. En definitiva, no era un adonis y más bien producía cierta ansiedad en el espectador.

Como tahúr del circo su actuación favorita eran los juegos que realizaba con la baraja. Sus representaciones eran muy interactivas y la verdad es que dedicaba la mayor parte del tiempo a parlotear con la gente del público. Que si queréis esta carta o aquella? Que si hay algún voluntario? Curiosamente, nunca aceptaba como voluntario a ninguna persona que no fuese del sexo femenino. Según confesaba en sus noches de olvido refugiado en la bebida, que eran las más frecuentes, la mujer es un ser mucho más confiado
que el hombre y mucho menos observador. Por supuesto, nadie le creía, primero porque no se le conocía novia ni se le había conocido jamás y por tanto su desconocimiento del mundo femenino era palmario, y en segundo lugar, y sobre todo, porque todo el mundo sabía que era en medio de su actuación estelar, en su momento de gloria, cuando podía estar cerca de una mujer sin que esta huyese despavorida. Una vez que la candidata entraba en la arena circense, lo que a veces le costaba tantos intentos que la actuación se le iba en ello, la acosaba a preguntas de toda índole, con tal de prolongar su estancia. Es más, normalmente su monólogo se veía interrumpido por la entrada triunfal de los payasos y los gritos de los niños, y entonces se retiraba inadvertidamente mientras el público estallaba en aplausos, júbilo y risas.

Realmente nunca había tenido que demostrar sus dotes como tahúr de circo, pues ni siquiera el sabía muy bien en que consistían o...si que lo sabía... y era en no hacer nada y tener a la gente embobada durante diez minutos, según él gracias a sus capacidades sicoanalíticas, no a su baraja.

Y aún así, estaba más que orgulloso de su baraja, la única que tenía. Según contaba, año tras año la misma historia, aquellas cartas las había heredado de sus ancestros que en el siglo XIX se habían recorrido todas las cortes europeas entreteniendo a monarcas y altas dignidades, a la par que amasando una inmensa fortuna, que se encargaron asimismo de dilapidar sin dejarle un céntimo. Guardaba la baraja en una cajita de madera, con incrustaciones de algo parecido al plástico, bajo llave, y pocas veces se le podía ver en la práctica y ensayo de su oficio, justificándose en que su control sobre los naipes era absoluto y  que, por sus muchos años, aquéllos debían ser manoseados lo menos posible.

Sus enemigos acérrimos decían de él que era un tahúr de la vida, no del circo, pues se ganaba el sustento, mal que bien, sin pegar un palo al agua.

2 comentarios:

  1. buena entrada y buen dibujo, con el circo teneis un filón.

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  2. Bufff tenemos pa rato con esto, ya verás....y luego seguiremos con otra cosa

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