www.metalbrothers.es

Metalbrothers201601102211

martes, 20 de noviembre de 2012

El Circo (IV): el domador de leones

Este es un trabajo a dúo, los textos los elabora un servidor, vpower, mientras que las ilustraciones, sin duda lo más atractivo, llevan la firma de la pintora, fotógrafa, filántropa y artista en general  Alba Fernández Pérez

En contra de lo que cabría esperar, el domador de leones era el hombre más pequeño y más menudo del circo, si excluimos a los enanos, por supuesto. Y él mismo lo tenía a gala pues decía que siendo el más pequeño era al mismo tiempo el más valiente de todo los hombres que habitaban bajo la carpa y se consideraba más feroz que los propios animales con los que trabajaba.

Su oficio no le venía de familia sino que se había subido a la carreta del circo por pura casualidad. Los más viejos del lugar cuentan que pasando el circo hace muchos años por una pequeña localidad del norte de Galicia, se habían encontrado con un niño harapiento, desnutrido y piojoso que, era lo más curioso de la escena, se encontraba rodeado de gatos, tal como si se estuviesen dando calor entre ellos, pues era una helada noche de invierno. Cuando le preguntaron al chiquillo por su nombre y su familia no supo dar más señas que un sonido gutural, más felino que humano. En vista de que nadie lo reclamaba y que el rapaz parecía condenado a una suerte fatal, el dueño del circo, avezado hombre de negocios, considero oportuno embarcarlo en su carreta multicolor y enseñarle un oficio relacionado con los animales pues al parecer entre ellos se entendía mejor que con los de su propia especie, si bien esto es más común de lo que creemos, simplemente que no nos paramos a pensarlo, quizás por compasión hacia nosotros mismos. 

Así pues, el niño fue adoptado por la carpa circense, y con él su séquito de gatos, no hubo manera de separarlos. De todas formas el gasto que hacían en su conjuto era mínimo, pues estaban tan adiestrados en el arte de pasar hambre que jamás se quejaban de no tener más que un mendrugo y un poco de leche que llevarse a la boca o a los bigotes. El tiempo fue pasando pero el niño crecía poco y hablaba menos, parecía un Tarzán en miniatura, todo su mundo eran los animales, tenía una especie de sexto sentido para entenderse con ellos. Y, por supuesto, con los que mejor congeniaba era con los felinos. A medida que los gatos fueron estirando la pata el chiquillo fue sustituyendo sus mascotas por otras más grandes. Se paseaba entre las serpientes sin inmutarse, las agarraba del cuello, si es que se puede decir que una culebra tenga tal cosa, y jugaba con ellas a lanzarlas lo más lejos posible, como un atleta olímpico con su jabalina. Luego subía a lomo de los caballos, no de los ponis, que hubiera parecido lo más natural dada su corta estatura, sino sobre los que tenían una alzada más impresionante y los conducía a su antojo, sin necesidad de riendas ni estribos, diríase que sólo con la mirada. Las focas y el oso eran sus compañeros de escondite y, claro, siempre ganaba él, porque los animales iban a ocultarse na y otra vez al mismo sitio, demostrando una falta de imaginación palmaria, aunque el dueño del circo era de la opinión de que lo hacían para complacer al chaval, pues le profesaban un amor verdadero.

Pero los animales con los que mejor se compenetraba eran los leones. Dormía con ellos, en su propia jaula y se despertaba en medio de ellos. Nadie daba crédito al asunto la primera vez que amaneció tras los barrotes agarrado al cuello del melenudo rey de la selva. Intentaron sacarlo rápidamente de la jaula pero la furia desatada del león les quitó a todos las ganas y esperaron con resignación de soldado de trincheras que el león abriera las fauces de un momento a otro y se lo tragara de un bocado. Pero no ocurrió tal cosa y después de tres horas de tensa espera todo el mundo asumió que aquel niño no era normal y que su sitio estaba más entre las fieras que entre los hombres. Desde aquel día el futuro domador de leones descansaba cuando quéría en medio del león y sus leonas. Éstas incluso se celaban del cariño que había surgido entre uno y otro, pero cualquiera le llevaba la contraria al rey león, con el pésimo carácter que tenía...

    Ilustración de Alba Fernández

Como mimetizándose con sus inseparables amigos, el niño domador se fue dejando la melena cada vez más larga, hasta que tuvo que recortarla de cuando en cuando pues se le embarullaba entre los pies y se tropezaba cada tres pasos. Con el tiempo también se dejo crecer la barba, cerrada como púas de puercoespín. Los brazos los tenía también peludos si bien aquí había truco o eso decían los cotillas, y era que cada mañana se aplicaba un crecepelo a base de hormonas de león por todo el cuerpo. Lo cierto es que   lo que le faltaba de estatura lo tenía de peludo, tan era así que apenas usaba ropa alguna, salvo la que exigía el decoro y las actuaciones el día que el circo habría sus puertas. Eso sí, en verano pasaba las de Caín, sudando como un san bernardo y hasta los leones se sentían intimidados por el olor corporal del pequeño domador. 

Por supuesto, después de tantos años de convivencia con su familia leonina, su compenetración era total y absoluta y, de nuevo, sobraban las palabras entre ellos, todo se hacía en base a gestos, de manera tan intuitiva que apenas requerían de ensayo. El número estelar, que causaba pavor entre niños y mayores, era el de la inmersión del domador en las fauces del rey león. Como quien no quiere la cosa, una señorita le acercaba un taburete al domador de manera que alzándose sobre el mismo pudiese precipitarse sobre la enorme boca abierta del mastodóntico animal. En un abrir y cerrar de ojos el domador tenía las tres cuartas partes de su cuerpo en el interior del león, sobresaliéndo sólo de las rodillas para abajo. El león hacia amagos perfectamente calculados de cerrar la boca y engullirlo, con lo que el público lanzaba gritos aterrados y se tapaba los ojos. A veces la situación se complicaba pues la cabellera del domador, mucho más densa y tupida que la del león, se le enredaba entre la dentadura de áquel o se le quedaba atrapada en sus intestinos. En esos casos era necesario que el forzudo y algunos equilibristas acudiesen en ayuda del domador, con más miedo que otra cosa, para tirar de él por los pies miesntras otros tiraban de la cola del animal, que además se ponía histérico pensando que querían hacerle algún mal a su compañero bípedo  peludo y lanzaba zarpazos a diestro y siniestro como si le fuera la vida en ello. Por supuesto, el público repetía al día siguiente para ver si finalmente se comían al enano domador, pero siempre salían de la carpa con la misma cara de decepción e incredulidad.

El domador de leones tenía una fama bien ganada, aunque no le faltaban enemigos, como a cualquier persona que salga de casa a desarrollar sus labores diarias. El principal de todos ellos era el domador de pulgas, la enemistad era conocida y palpable y se saboteaban el uno al otro todo lo que podían y más. El domador de leones consideraba que entendérsalas con cualquier animal que fuese más pequeño que uno no tenía mérito alguno y el domador de pulgas opinaba que domar a un bicho al que puedes ver a dos leguas de distancia no tenía ningún tipo de complejidad. Más de una vez había descubierto el enano al domador de pulgas echando sus bichejos ávidos de sangre sobre sus felinos, con la esperanza de que les chupasen  hasta la última gota. El domador de leones contraatacaba llamando a la acción a todos los perros de la ciudad para que se paseasen por delante de las pulgas y se las llevasen de paseo muy lejos y para siempre. Los juramentos de uno y otro se escuchaban en todo el circo cada dos por tres y en ocasiones hubo que atarlos con cuerdas para que no se quitasen los ojos, mientras las pulgas y los leones se miraban desafiantes, dispuestos a todo. 

4 comentarios:

  1. deberiais reunir todos los relatos con los dibujos y enviarselos a una editorial

    ResponderEliminar
  2. En eso andamos, estoy comparando las ofertas millonarias que tenemos encima de la mesa...

    ResponderEliminar
  3. y sobre todo con esa morralla de dibujos

    ResponderEliminar
  4. Ni digas cosas, los dibujos son lo mejor

    ResponderEliminar