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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Caracola

    Obra de Alba Fernández

Es verdad lo que dicen de que el mar cabe dentro de una caracola, yo he estado allí y se que es así. Fue una tarde otoño, yo acababa de salir de la oficina y después de estar todo el día aguantando a mi jefe necesitaba airearme un rato. Así que me puse al volante de mi añejo automóvil y conduje con rumbo definido, sabía muy bien a donde quería ir.

Necesitaba respirar el aire salitrado de la costa, sentir la brisa marina en mi rostro, divisar la línea del horizinte y allá a lo lejos los navíos en los que marinos bien curtidos desarrollaban una vida de ascetas, aislados del mundo terreno por un paquibote de metal, una vida tan diferente a la de las ratas de oficina como yo. Una vida que imagino llena de mar, de aislmiento, de mucho tiempo para pensar y conocerse a uno mismo, para añorar a la gente que quieres y quizás a quien te quiere pero aún no lo sabes, Tendrían jefes esos marineros? O en la mar sólo existe el compañerismo, la amistad, los naufragios y los piratas? No lo sé. Me gusta observar el mar, respirar su álito vigorizante cargado de energía y positivismo, pero he de confesar que no soy un lobo de mar, no duraría ni tres días en una lata flotante de esas. Me horroriza el tener que estar encerrado entre cuatro paredes, aunque sean paredes sin techo, al aire libre y rodeadas de agua por todas partes, al fin y al cabo no deja de ser una cárcel sobre olas. Y tampoco te puedes echar por la borda y salir nadando cuando te canses de estar en esas condiciones. Al final viene siendo una oficina como otra cualquiera, con la peculiaridad de que flota en el mar y ves a los atunes dar brincos a tu alrededor.

No sé si pienso así para consolarme. Creo que sí, pero siempre cabe la esperanza de que las cosas cambien y en un golpe de suerte, o de mar, tu vida de un giro de 180 grados. Hay quien dice que eso no llega porque sí, que esas cosas hay que buscarlas, que hay que ser activos, como los yogures, y provocar que las cosas sucedan. No creo ni media palabra de esas chorradas, las cosas pasan porque tienen que pasar, porque están escritas en el firmamento o en el diario de Poseidón y punto. Somos humanos, no dioses, nos engañamos pensando que podemos escoger y al final te encuentras con que te ha tocado el jefe que nadie quería, el premio gordo, y ahora qué? Qué vas a escoger? Nada, que no me vengan con cuentos de hadas, abramos nuestros brazos al destino, cerremos los ojos y esperemos que la fortuna nos dejen muchos regalos. Lo demás son cuentos como los de los comics que colecciono.

En ese estado de reflexión iba paseando por el arenal, cuando observé a unos cinco metros de mi una gran caracola, y cuando digo grande quiero decir que lo era de verdad. No soy nada dado a las exageraciones, bueno, solo a veces para quedar bien delante de la gente que presume que tiene esto y aquello, pero quién no lo hace a diario? Acaso no hay cosa más odiosa que sentirse mancillado por la bonanza ecónomica de los vecinos o de los compañeros de trabajo? Claro que sí. Como iba diciendo esta caracola era verdaderamente gigantesca, diría que su longitud no debía ser inferior al medio metro. Me acerqué para examinarla detenidamente, era un ejemplar único. Si pudiera meterla en el maletero del coche creo que en ebay me podrían dar una buena pasta por ella.

Me sitúe al lado de ella y comprobé que mis cálculos no eran erróneos, se trataba de un ejemplar de caracola de unas dimensiones jurásicas. Intenté alzarla pero me fue totalmente imposible, bien es cierto que tampoco había comido nada desde el mediodía y eso, se quiera o no, es un punto a tener en cuenta, sobre todo dada mi constitución hercúlea... En eso momento caí en la cuenta de que posiblemente podría introducir mi cabeza dentro de la caracola, era algo verdaderamente alucinante. Y efectivamente, me fui asomando poco a poco a su interior y en un momento, como si me hubiesen enganchado una cuerda al pescuezo y un gigante tirase de mi, me vi atraido irremediablemente hacia su interior. De repente los golpes del mar batían en mis oidos, estruendosos y continuados, como si estuviese en el litoral azotado por un tifón, Insitintivamente me llevé las manos a las orejas, tratando de amortiguar la sensación de zozobra, pero daba lo mismo,  la insignificancia ante la fuerza sobrenatural del mar era sobrecogedora. Por el hueco de la caracola podía atisbar un cacho de cielo, era como si estuviese a años luz, tan distante, o era como si yo hubiese disminuido de tamaño y todo a mi alrededor hubiese multiplicado el suyo infinitas veces.

Me empezó a dominar la angustia, debatiéndome sobre la manera de salir de aquel encierro. En ese momento creí escuchar los ladridos insistentes y enfurecidos de un perro. Pero, sería posible que además del mar habitase algún tipo de vida en el interior de este molusco colosal? Cada vez percibía los ladridos más cercanos y más agresivos. Sentí entonces un tirón en los bajos de mis pantalones..., era el can que me mordía mis chinos y estaba a punto de tirarme del banco, en el paseo maríimo, en el que me había quedado dormido, o eso creo...

3 comentarios:

  1. bravo, hay que reunirlos todos y presentarlos en un libro.

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  2. no hace falta que me hagais la rosca jeje la semana que viene os invito igualmente a unas birras, ya que estare de okupa por ahi

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