El proyecto había sido elaborado minuciosamente y había
costado millones de euros y muchos años de investigación, de preparación de
toda la misión, involucrando a centenares de personas, miles de horas de
entrenamiento, de pruebas de ensayo y error y vuelta a probar. Para colmo,
aunque eso a él le importaba bien poco en esos momentos, los jerifantes de la
Unión Europea habían estado alardeando y cacareando, restregando el supuesto
éxito al gobierno de los Estados Unidos y a los chinos, se habían adelantado, les
habían ganado por K.O. con un proyecto tan ambicioso que resultaba increíble, tanto
como aquellas historias de Isaac Asimov que acostumbraba devorar de pequeño.
Y ahora todos esos esfuerzos se iban a ir al traste por qué?
Por un maldito electrodoméstico!!! Como el que hay en cualquier hogar del
mundo! Pero no, claro, después de gastarse millones y millones en diseños
aerodinámicos, materiales ultraligeros y resistentes, tecnología de última
generación, comunicaciones, etc, para qué iban a escoger una nevera mejor que
la de cualquier hogar? Enfría como las demás, no? Pues con eso sería suficiente...
El problema es que se podía estropear como las demás y eso si que no iba a ser
suficiente para volver al añorado planeta del que parecía haber salido hacía lo
menos medio siglo.
Y es que el viaje había durado cinco largos años, cinco años
de su vida consumidos en el espacio engullendo latas de conserva, de las que apenas
quedaban para cubrir 2 años más de viaje, sacando fotos y reportajes gráficos
del espacio exterior, tomando muestras y analizándolas. Si se lo hubiera
propuesto podría haber obtenido otra carrera universitaria durante el transcurso
de su periplo espacial, incluso dos. Pero nadie, ni siquiera él mismo, tenía
que reconocerlo, había prestado atención al detalle de las provisiones y de la
maldita nevera de saldo. Vale que él no era el responsable del programa de logística
y conservación, pero sí que era responsable de su vida y había sido un
inconsciente no supervisando un punto tan vital como ese.
Todavía no había comunicado la noticia a la base de control
en los Cárpatos, pero se podía imaginar perfectamente la cara de estupefacción
de todos los presentes en la sala de mandos y, cómo no, del jefe de proyecto
que, sin duda, vería cortada su cabeza de manera fulminante, merecidamente, así
se la guillotinasen de verdad. Se imaginaba que le dirían aquello de “has probado a
cambiar el fusible?” o lo de “no te pongas nervioso, estamos buscando una solución”.
Y qué iban a hacer? Enviarle al servicio de asistencia técnica para electrodomésticos
espaciales? Jodidos ineptos. Para cuando llegase el séptimo de caballería el
sería pasto de los gusanos desde meses atrás.
Tenía que reconocerlo, le provocaba pavor tener que
comunicar con el centro de control y darles cuenta del desastre, sabía que eso
sería como asumir la realidad, como darse cuenta de que había pasado y ya no
habia macha atrás. Mientras estuviese en su cubículo de 2 x 2 metros, en su
intimidad, con su problema, con el espacio infinito rodeándole, sin presencia
alguna de otro ser vivo en miles de años luz a la redonda, podía aislar el
problema, no enfrentar la realidad y seguir soñando que todo era una pesadilla y
que tarde o temprano su madre le despertaría para decirle a su querido hijo que
bajase a la cocina que el desayuno estaba listo y que no tenía la menor intención
de subírselo a su habitación.
Inconscientemente empezó a hacer un repaso de su vida, como
ese que dicen que haces en cuestión de milisegundos cuando ves a la muerte
pasar al lado tuya. Recordaba los tiempos del instituto, los novillos con los
compañeros y su primera novia, aquella chica pecosa y rellenita que le parecía
en aquel entonces un ángel de belleza inigualable. Luego llegó la universidad y se concentró en sus
estudios como nunca lo había hecho antes. Era como si sitiense en su interior
la llamada del destino, como si una vocecita desde muy lejos le dijera que
estaba llamado a formar parte de los libros de historia, pero que tenía que
aplicarse en la investigación si no quería quedarse en un estudiante de medio pelo
y acabar haciendo transistores o arreglando antenas parabólicas en
urbanizaciones de lujo. Se quedó ensimismado, asombrado, meditando en toas las
horas que había dedicado a crecer como ingeniero aeronaútico. Estaba tan
absorto que ni siquiera se había apercibido de aquella chica que siempre le estaba
rondando, sabía su nombre y había colaborado con ella en algún que otro
proyecto de la universidad, pero jamás había pensado que... Para cuando se dió
cuenta de que estaba perdidamente enamorado de ella el pájarillo había volado a
otro nido.
Así que cuando se le presentó la oportunidad de dejar el
planeta y viajar hasta el borde mismo de la galaxia sintió como si le hubiesen
sumistrado una bombona de oxígeno, justo cuando estaba a punto de ahogarse. Su familia
y sus amigos trataron de persuadirlo. “Qué locura es esa?”, le decían, “te das
cuenta de que no hay ninguna garantía de que ese cacharro vaya a funcionar
correctamente durante todo el viaje? Y tendrás que volver! No te vas a quedar
en Plutón!”. Pero estaba decidido. En su fuero interno sabía que era el único
modo que tenía de sobrevivir a la angustia de haber perdido a lo que más amaba,
aunque nunca la hubiera tenido en sus brazos. Quizás a eso se refería aquel eco
que le animaba denodadamente durante su preparación como futuro astronauta, a
olvidarse de la cosas terrenales, a convertirse en un exiliado del espacio.
Ilustración de ALBA FERNANDEZ
Y la profecía se había cumplido, palabra por palabra. Allí
estaba él, en medio de todos aquellos astros nuevos y viejos, desconocidos en su mayoría.
La Tierra no era visible a simple vista. Se asomó por la ventanilla del cubículo
y vio el fulgor luminoso que desprendía Plutón, era como un gran espejo o un
gran foco, pero al mismo tiempo parecía tan vacío y falto de vida con su tono
monocromático..., como echaba de menos el verde y azul de su tierra y su mar. Las
estrellas brillaban de manera espectacular y se veían pasar asteroides en
manadas compactas y alguno que otro solitario, como él. Entonces se dió cuenta
de que seguía echándola de menos, a pesar de la distancia y el tiempo que le separaban de ella seguía sintiendo su presencia, allá, a miles de años luz,
como una sombra pegada a su cuerpo, como su reflejo en el cristal del ojo de
buey, triste y gris.
Pulso el boton de speak.
- Aquí lobo solitario, la jodida nevera se ha estropeado...
Pues vaya relato, no le falta de nada eh!
ResponderEliminarEl detalle de la nevera en otras circunstancias no sería tan crucial para lobo solitario quien después de una vida de aventuras añora la única mujer que amó.
Me gustó.
Bicos.
Pues si, a veces hay que irse a Plutón para darte cuenta de que amas a alguién.
EliminarBicos!