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jueves, 21 de marzo de 2013

Destino: Plutón


El proyecto había sido elaborado minuciosamente y había costado millones de euros y muchos años de investigación, de preparación de toda la misión, involucrando a centenares de personas, miles de horas de entrenamiento, de pruebas de ensayo y error y vuelta a probar. Para colmo, aunque eso a él le importaba bien poco en esos momentos, los jerifantes de la Unión Europea habían estado alardeando y cacareando, restregando el supuesto éxito al gobierno de los Estados Unidos y a los chinos, se habían adelantado, les habían ganado por K.O. con un proyecto tan ambicioso que resultaba increíble, tanto como aquellas historias de Isaac Asimov que acostumbraba devorar de pequeño.

Y ahora todos esos esfuerzos se iban a ir al traste por qué? Por un maldito electrodoméstico!!! Como el que hay en cualquier hogar del mundo! Pero no, claro, después de gastarse millones y millones en diseños aerodinámicos, materiales ultraligeros y resistentes, tecnología de última generación, comunicaciones, etc, para qué iban a escoger una nevera mejor que la de cualquier hogar? Enfría como las demás, no? Pues con eso sería suficiente... El problema es que se podía estropear como las demás y eso si que no iba a ser suficiente para volver al añorado planeta del que parecía haber salido hacía lo menos medio siglo.

Y es que el viaje había durado cinco largos años, cinco años de su vida consumidos en el espacio engullendo latas de conserva, de las que apenas quedaban para cubrir 2 años más de viaje, sacando fotos y reportajes gráficos del espacio exterior, tomando muestras y analizándolas. Si se lo hubiera propuesto podría haber obtenido otra carrera universitaria durante el transcurso de su periplo espacial, incluso dos. Pero nadie, ni siquiera él mismo, tenía que reconocerlo, había prestado atención al detalle de las provisiones y de la maldita nevera de saldo. Vale que él no era el responsable del programa de logística y conservación, pero sí que era responsable de su vida y había sido un inconsciente no supervisando un punto tan vital como ese.

Todavía no había comunicado la noticia a la base de control en los Cárpatos, pero se podía imaginar perfectamente la cara de estupefacción de todos los presentes en la sala de mandos y, cómo no, del jefe de proyecto que, sin duda, vería cortada su cabeza de manera fulminante, merecidamente, así se la guillotinasen de verdad. Se imaginaba que le dirían aquello de “has probado a cambiar el fusible?” o lo de “no te pongas nervioso, estamos buscando una solución”. Y qué iban a hacer? Enviarle al servicio de asistencia técnica para electrodomésticos espaciales? Jodidos ineptos. Para cuando llegase el séptimo de caballería el sería pasto de los gusanos desde meses atrás.

Tenía que reconocerlo, le provocaba pavor tener que comunicar con el centro de control y darles cuenta del desastre, sabía que eso sería como asumir la realidad, como darse cuenta de que había pasado y ya no habia macha atrás. Mientras estuviese en su cubículo de 2 x 2 metros, en su intimidad, con su problema, con el espacio infinito rodeándole, sin presencia alguna de otro ser vivo en miles de años luz a la redonda, podía aislar el problema, no enfrentar la realidad y seguir soñando que todo era una pesadilla y que tarde o temprano su madre le despertaría para decirle a su querido hijo que bajase a la cocina que el desayuno estaba listo y que no tenía la menor intención de subírselo a su habitación. 

Inconscientemente empezó a hacer un repaso de su vida, como ese que dicen que haces en cuestión de milisegundos cuando ves a la muerte pasar al lado tuya. Recordaba los tiempos del instituto, los novillos con los compañeros y su primera novia, aquella chica pecosa y rellenita que le parecía en aquel entonces un ángel de belleza inigualable. Luego llegó la universidad y se concentró en sus estudios como nunca lo había hecho antes. Era como si sitiense en su interior la llamada del destino, como si una vocecita desde muy lejos le dijera que estaba llamado a formar parte de los libros de historia, pero que tenía que aplicarse en la investigación si no quería quedarse en un estudiante de medio pelo y acabar haciendo transistores o arreglando antenas parabólicas en urbanizaciones de lujo. Se quedó ensimismado, asombrado, meditando en toas las horas que había dedicado a crecer como ingeniero aeronaútico. Estaba tan absorto que ni siquiera se había apercibido de aquella chica que siempre le estaba rondando, sabía su nombre y había colaborado con ella en algún que otro proyecto de la universidad, pero jamás había pensado que... Para cuando se dió cuenta de que estaba perdidamente enamorado de ella el pájarillo había volado a otro nido.

Así que cuando se le presentó la oportunidad de dejar el planeta y viajar hasta el borde mismo de la galaxia sintió como si le hubiesen sumistrado una bombona de oxígeno, justo cuando estaba a punto de ahogarse. Su familia y sus amigos trataron de persuadirlo. “Qué locura es esa?”, le decían, “te das cuenta de que no hay ninguna garantía de que ese cacharro vaya a funcionar correctamente durante todo el viaje? Y tendrás que volver! No te vas a quedar en Plutón!”. Pero estaba decidido. En su fuero interno sabía que era el único modo que tenía de sobrevivir a la angustia de haber perdido a lo que más amaba, aunque nunca la hubiera tenido en sus brazos. Quizás a eso se refería aquel eco que le animaba denodadamente durante su preparación como futuro astronauta, a olvidarse de la cosas terrenales, a convertirse en un exiliado del espacio.

     Ilustración de ALBA FERNANDEZ

Y la profecía se había cumplido, palabra por palabra. Allí estaba él, en medio de todos aquellos astros nuevos y viejos, desconocidos en su mayoría. La Tierra no era visible a simple vista. Se asomó por la ventanilla del cubículo y vio el fulgor luminoso que desprendía Plutón, era como un gran espejo o un gran foco, pero al mismo tiempo parecía tan vacío y falto de vida con su tono monocromático..., como echaba de menos el verde y azul de su tierra y su mar. Las estrellas brillaban de manera espectacular y se veían pasar asteroides en manadas compactas y alguno que otro solitario, como él. Entonces se dió cuenta de que seguía echándola de menos, a pesar de la distancia y el tiempo que le separaban de ella seguía sintiendo su presencia, allá, a miles de años luz, como una sombra pegada a su cuerpo, como su reflejo en el cristal del ojo de buey, triste y gris.

Pulso el boton de speak.

- Aquí lobo solitario, la jodida nevera se ha estropeado...


2 comentarios:

  1. Pues vaya relato, no le falta de nada eh!
    El detalle de la nevera en otras circunstancias no sería tan crucial para lobo solitario quien después de una vida de aventuras añora la única mujer que amó.
    Me gustó.
    Bicos.

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    Respuestas
    1. Pues si, a veces hay que irse a Plutón para darte cuenta de que amas a alguién.
      Bicos!

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