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lunes, 18 de marzo de 2013

El sueño americano y otros

En Estados Unidos se inventó el sueño americano, es decir, aquello de que cualquier ciudadano podía conseguir en base a sus capacidades y esfuerzo personal, independientemente de su origen social, llegar a lo más alto, incluso hasta la presidencia del país de las barras y estrellas. Desde el nacimiento del sueño americano otros países han ido diseñando o adaptando sus propios sueños a sus circunstancias económicas y sociales.

Así, se habla hoy en día del sueño chino, ese que recientemente ha vendido la nueva cúpula del poder en el país asiático para tranquilidad de su pueblo y para que no se revolucione el rebaño, os damos el grano y picoteáis a gusto. El sueño chino consiste en mantener el crecimiento económico a un ritmo elevado de forma que la mayor parte de la población se puede beneficiar de una mejora en sus ingresos, es decir, un aumento de la renta per capita. Se compra el silencio del pueblo mediante la inyección capitalista necesaria y mínima. Sin embargo, a diferencia del sueño americano, el sueño chino no es compartido por todos los ciudadanos, algunos de ellos prefieren estar despiertos en lugar de soñar, lo cual incomoda y alerta sobremanera a la clase dirigente, que se esmera en instalar el decorado necesario, léase censura, para que el sueño resulte jugoso y apetecible.


Existe también el llamado sueño europeo. Este sueño desciende, cual espíritu divino, de los postulados de Bruselas y sus comisarios. Los políticos de cada gobierno nacional de la Unión se concentran en hacer que sea bonito y creíble, pero de manera inevitable el sueño europeo deriva finalmente en los sueños nacionales de los distintos países de la Unión. El sueño europeo consiste en que el euro sobreviva a la crisis y la UE se mantenga en el tiempo sólida y estable, sin bajas ni deserciones. No importa que haya que sacrificar crecimiento, empleo y calidad de vida si es en aras de que ese sueño se realice, sobre todo si el sacrificio no lo tienen que hacer los teutones, si no la cosa cambia.

Por poner un ejemplo de la implantación del sueño europeo a nivel nacional podemos extraer el caso español. El sueño español, como el del típico chiste, es mucho más complejo y tiene muchas más caras que todos los demás sueños juntos. Tenemos por un lado el sueño del gobierno central, que es una mezcla entre el sueño chino (acallar a las masas) y el sueño americano (vendernos la moto de que el progreso es posible y que vendrán tiempos mejores mientras paguemos los impuestos y nos dejemos recortar sueldos). Pero ese sueño se rompe en mil pedazos cada vez que cruzamos la frontera de una autonomía, así tenemos el sueño catalán, el gallego, el vasco, el madrileño… Pero por encima de todos esos sueños de corte ideológico-nacional existe el sueño del pueblo, el verdadero, el de cada uno, que es el de verse libres algún día de los crápulas que gobiernan nuestro día a día, que el trabajo no se vaya al carajo, que la vivienda no se la lleve el banco de turno y, si se puede, humildemente, que se pueda uno permitir pasar unos días en la Costa del Sol o de Corrubedo, dependiendo del peculio de cada uno. Todos estos sueños individuales son sueños de quita y pon, según como vayan los indicadores económicos, si nos suben los impuestos cambiamos el sueño del Mediterráneo por el del chiringuito en el bajo de nuestro edificio, son sueños amoldables a la cruda realidad de los cojones. El caso es soñar, porque si un día despertáramos y nos diéramos cuenta de la realidad, tal cual es, a lo Matrix, no iba a quedar piedra sobre piedra, porque los sueños, sueños son.

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