Se había sometido voluntariamente al implante, no por
considerarse menos que nadie ni por masoquismo, simplemente por la pasta, algo
muy necesario en estos días para poder vivir, no sólo alimentarse sino vivir
decentemente. Al fin y al cabo 1.500
dólares al día por llevar un implante en el cerebro no era un mal negocio.
Le habían asegurado que su salud no correría ningún riesgo,
que el implante del chip y su extracción eran sencillos y no habría problema
alguno. El chip transmitía toda la información, toda. Desde lo que pasaba por
su cabeza, hasta sus sentimientos, sus biorritmos, cualquier alteración de su
organismo, hasta el más leve aumento de la temperatura corporal o un simple
estornudo, en una palabra, todo. Realmente se sentía como si estuviese
desnudando su alma al mundo, como si le estuviesen haciendo una radiografía y
no quedase el más leve rincón de su cuerpo sin explorar. Lo que más le
inquietaba era lo referente a la intromisión en sus sentimientos y sus
razonamientos. Poco le importaba que le detectaran que le había salido un grano
o que se le había roto una costilla, incluso le podían hacer un favor en ese
sentido. Pero leer todo lo que le pasaba
por la cabeza y por el corazón era otra cosa, se preguntaba si sería posible
engañar a la máquina.
- Ni lo
sueñe, señor Price, este cacharro sabrá hasta cuando tienes ganas de mear antes
de que se le ocurra pensar en ir al baño – le soltó de sopetón el calvo y
esmirriado neurocirujano que había dirigido y supervisado todo el proyecto,
desde su inicio hasta la misma operación.
- No es
posible que se oxide o yo qué sé, que tenga una avería, como cualquier máquina?
– contestó Price
- La
probabilidad es tan baja que comparado con eso jugar a la lotería de Navidad
sería tan fácil como tirar un dado y acertar los números.
- Supongo que
eso incluye el riesgo de que me dé un calambrazo y me quede en el sitio... –
siguió, forzando la situación el conejillo de indias.
- Absolutamente imposible, la microcélula está preparada para que se nutra
como cualquier otra parte de su organismo, es como un tejido vivo. Así que
ni se le ocurra ponerse a dieta, señor Price, ese cacharrito, como usted lo
llama, está valorado en varios millones de dólares.
- No, si al
final seguro que lo echaré de menos cuando me lo saquen, como si me estirpasen
un dedo o algo así… - dijo Price tratando de relajar la situación y tratando de
relajarse así mismo especialmente.
- Que
sepamos, no debería generar ningún síndrome de abstinencia, lo contrario sería
una absoluta sorpresa, no lo dude. Pero para eso lo tenemos a usted, no? Para
averiguar todo lo que sepamos sobre el dispositivo y, cómo no, sobre el
funcionamiento del cuerpo y la mente humanas.
- Claro,
claro… - asintió Price, sin hacer mucho caso de la perorata del científico
- Por cierto, no se extrañe, de que en
algún momento pueda oir la voz de su conciencia – anunció con una voz imitando
a una deidad por encima de los seres humanos.
- Qué quiere
decir? – preguntó ahora sí perplejo el señor Price
- No me diga
que no se ha leído el contrato que le pasamos? – dijo el jefe de investigaciones
con una mirada cargada de reproches
- Bueno…,
ya sabe…uno está muy ocupado… y además, como no fiarse de un organismo y una
gente tan competente como ustedes?
- En fin, si
usted lo quiere así… Pero todo estaba escrito y usted lo habría podido leer. La
claúsula 14.b del anexo II lo deja bien claro: el equipo directivo al mando
podrá intervenir en cualquier momento si lo considera necesario en la mente del
sujeto innoculado. O sea, hablando en plata, que ese mecanismo que lleva usted
en la cabeza tiene un pequeño altavoz- Sí, no me mire usted con esa cara – dijo
el científico esbozando una sonrisa – realmente no es que hable, pero para el
caso es el mismo efecto, las órdenes, la “voz” se transmitirá mediante impulsos
eléctricos neuronales, realmente será como si le estuviesen susurrando al oído.
- Vaya…, al
menos le habrán puesto voz de mujer, no?
- Digamos que
le hemos concedido ese pequeño capricho por anticipado – subrayó el doctor con
un guiño cómplice – realmente hemos sido muy generosos y le hemos instalado la
voz más sensual que hay en el catálogo. Creo que le gustará.
- Hmm, es un
detalle.
- Bien
–enunció el doctor, es el momento de que empiece el baile. Ya sabe, haga su
vida normal, no se sienta incómodo ni cohibido, trate de olvidar que lleva eso
en medio de los sesos, de acuerdo?
- Ya, es muy
fácil decirlo
- Además,
para cualquier emergencia siempre estaremos ahí – y estalló en una sonora
carcajada, que secundaron todos los miembros de su equipo hasta ese momento
silenciosos y atentos al histórico momento.
Salió a la calle con la sensación de sentirse vigilado,
tendría que acostumbrarse, no le quedaba otra, si no la semana que duraban las
pruebas se le iba a hacer interminable. Así que se decidió por hacer lo que
solía hacer habitualmente a esas horas, tomarse un café en el bar de su amiga
Sue.
- Hola Price,
cómo te va? Te veo un poco pálid, estás bien? – le preguntó jovialmente la
coqueta camarera
- He tenido
días mejores, créeme, pero sobreviviré…espero - contestó mientras ocupaba un taburete en la barra, cerca de la chica.
- Seguro que
sí. Que te pongo, cielo?
- Pues…uno
con leche y un donuts, guapa
No debería abusar de
los triglicéridos, señor Price, según nuestro submarino tiene usted el
colesterol por las nubes
- Joder! Qué
ha sido eso?? – gritó Price espontáneamente
- Qué? Qué
pasa? – dijo Sue alarmada ante la reacción de su amigo
Señor Price,
tranquilícese, ya le había avisado que sería una sensación totalmente real,
somos nosotros, recuerda?
-Ya, pero no le hacía con una voz tan sensual… - dijo Price
todavía en voz alta
- Gracias, cielo, tu me gustas, pero ya sabes que no eres mi
tipo, lo siento… - contestó la camarera crecida por el piropo.
- Qué? – dijo Price sin entender nada en principio de lo que
le estaba pasando - Ah, sí, ya me lo has
dicho otras veces, pero bueno, nunca se sabe…
- Tú mismo, yo ya te he avisado, Price - le dijo lanzándole un beso con los labios
- OK, por cierto, ponme una tostada en lugar del donuts –
dijo Price con voz meditabunda
- De verdad te encuentras bien? – contestó sorprendida la
camarera
- Sí, Sue, no te preocupes, ya te dije que hoy no
es mi día.
El resto del día se lo pasó dando vueltas sin rumbo fijo,
meditando sobre como era la vida, lo cambiante y sorpresiva que se podia
tornar, con su infinidad de caminos sin definir y, por supuesto, como había
llegado hasta esa situación de cobaya humano. Eso era la sociedad actual, una
sociedad de cobayas y él era el rey de todos ellos, el número 1, el primero en
las jaulas del laboratorio. Sin embargo, a pesar de todas las vueltas que daba
su cabeza a esos temas, la voz sensual del doctor no volvió a manifestarse en
el resto del día. Parecía que la situación empezaba a normalizarse y que
aquello no ofrecía ninguna dificultad más que la molestia de acercarse hasta el
laboratorio al cabo de una semana para que le quitaran el microchip por las
fosas nasales. Pan comido. Acabadas las presentaciones y los chistes ahora solo
quedaba pensar en el futuro, buscar un trabajo y ese tipo de cosas.
-
Cómo va nuestro ratoncillo, señor Jackson? –
inquirió el jefe del laboratorio
-
Aparte de que ha estado filosofando toda la
tarde, nada anormal. Es más, me atrevería a decir que echa de menos su voz, jefe
– el doctor sonrió y asintió con la cabeza, convencido.
-
Bien, eso está muy bien. Controle su sueño
quiero saber si tiene pesadillas, si sueña con Pamela Anderson o si se hace
pipi en la cama, lo quiero saber todo.
-
Descuide jefe, todo está bajo control.
-
Bien, Jackson. Me voy a descansar, mañana
empieza lo fuerte y quiero estar en plenas condiciones – dicho lo cual el científico
jefe cogió su maletín y su abrigo y enfiló hacia la salida, camino de su casa.
Los días se sucedieron, cada uno de ellos aportando un
torrente de información detallada acerca del señor Price, parecía como si lo
conocieran de toda la vida, tenían milimetrada y calculada cada una de sus
reacciones. Price tampoco notaba nada, se sentía como siempre, incluso diría
que cada día que pasaba el chisme ese que le habían grapado al cerebro era como
si le animase o le diese fuerzas, se sentía cada día más vivo. Y así llegó al séptimo
y definitivo día en que debía ir al laboratorio a devolver el cacharro y
recoger su jugoso cheque, dinero fácil.
Se detuvo en la acera, justo delante del portal de su casa,
esperando que pasara algún taxi, por una vez bien se podía permitir pasar del
autobús. Justo en el momento en que uno se iba a detener a su lado volvió a
escuchar aquel susurro zalamero que ya había olvidado.
No subas a ese taxi!
Sigue andando hasta el estanco de la esquina y entra en él.
Al principio se quedó como paralizado, pero de repente, sin
poder evitarlo sintió como sus piernas tiraban de él en la dirección marcada.
Buen chico. Ahora dile
al dependiente que te llamas Price y que tiene un paquete para ti de parte de
la Srta. Scarlett Johansson. Luego dirígete al Hotel Paradise, está a dos
manzanas de donde te encuentras, llegarás en 10 minutos.
Como un autómata salió del establecimiento y siguió
caminando hacia el punto de destino. Intentaba pensar, actuar, pero le era
imposible, no conseguía hilar un pensamiento tras otro, era una sensación
frustrante, era consciente de que quería pensar pero no era capaz de lograrlo,
solo se le aparecían en su mente las palabras de la persuasiva dama,
hipnotizantes y electrizantes, suguestivas, irrenunciables.
Buen chico. Entra el
lobby, abre el paquete que te han dado y guárdate sigilosamente la pistola en
el bolsillo de la cazadora. Mira a tu derecha, verás a un hombre de traje azul
oscuro y corbata roja, rodeado de una nube de periodistas. Es el candidato a la
presidencia del partido demócrata. Cuando pase a tu lado en dirección a la
salida le pegarás un tiro entre ceja y ceja.
Los ojos se le agrandaron en un espasmo nervioso y empezó a
sudar copiosamente. Sin embargo, sólo fue una reacción de segundos porque
enseguida recuperó el dominio de si mismo, frío como un témpano de hielo,
relajado como si nada fuese con él. Sabía lo que estaba pasando pero nada podía
hacer, su voluntad se había convertido en un grano de arena en la playa,
reducida a la nada.
AHORA!!!
Se oyó el sonido seco de un disparo y luego todo fue confusión,
gritos y carreras.
- Buen trabajo, chicos! Un éxito rotundo, como de
costumbre.Ya sabéis lo que tenéis que hacer a continuación, desconectad la célula,
que no quede ni rastro de ella, me da igual por donde la eliminéis. Y en
seguida nos pondremos a trabajar en el siguiente ratoncito, la próxima operación
nos puede dar mucho dinero – dijo el científico jefe mientras extraía un
cigarrillo de su cajetilla para relajarse después de la tensión vivida.
- Bien señor, tenemos varios candidatos, que
esperamos el próximo lunes.
- Perfecto, Jackson.
grandes textos, deberias pensar en escribir una novela.
ResponderEliminarEstoy Esperando a juntar unos pocos más para tener más fuerza de negociación co Planeta
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