LLevaba trabajando 15 años en aquella sucursal de banco de un barrio de Madrid, siempre en el mismo puesto, responsable de caja. Y desde entonces su objetivo no había sido el de trepar en el organigrama de aquella denigrante institución, nada más lejos de sus intenciones. Al contrario, él consideraba a los bancos una lacra para la sociedad, el brazo más usurero de los mercaderes fenicios y judíos que se leen en los libros de aventuras, la herencia del pasado.
No, él no estaba ahí para ser un pequeño murciélago más, atrapado en la telaraña de intereses y ejecuciones hipotecarias de ese mastodonte financiero. Desde el primer día de su desempeño en la entidad financiera se había dedicado a ejecutar su plan, minuciosamente estudiado desde los tiempos de la facultad, ahora ya lejanos. Era una hormiga más en el hormiguero, sí, pero una hormiga rebelde. Él amasaba dinero para el monstruo pero otro tanto hacía para él, poquito a poco, cada día, sin perder tiempo pero sin levantar sospechas. Su método estaba estudiado en su cabeza y se había puesto en práctica tal cual había sido concebido, demostrando la veracidad de sus hipótesis y razonamientos delinquivos. La sencillez era el aval de su eficacia. Cada mañana, aprovechando que sus compañeros de trabajo se iban a tomar un café, todos juntos, cual manada de buitres, excepto el director que sólo abandonaba su cueva para ir a hincarle el diente a alguna fortuna que transformar en depósitos bancarios, él se quedaba sólo y entonces podía durante veinte minutos llevar a cabo sus operaciones milimétricamente calculadas. De la cantidad ingresada en caja por los confiados clientes el día anterior él sustraía un 0,5%, que metía en los recipientes de los yogures que traía siempre como tentempié. Siempre usaba billetes de 5, 10 y 20 euros, que no pesaban tanto como las monedas y no tintineaban.
El ordenador sólo muestra lo que su usuario desea que muestre, contaba él a sus amigos, que se lo tomaban a guasa, ahí está el negocio de estos buitres y ahí estaba su oportunidad de hacerse con una pequeña fortuna, repitiendo la misma operación todos los días, durante 15 años. Como único responsable del cierre y cuadratura de la caja, jamás habría ningún problema y todo estaba controlado al céntimo. Sin embargo, debido a los malos tiempos, los jefes de la central estaban empezando a reforzar los controles sobre cada sucursal, querían que el dinero se moviese y eso podía dificultar su operativa. Así que desde hacía tres años, había intensificado sus actividades paralelas a la de vampiro financiero y había subido el medio punto hasta el 1,5%, como el Banco de España en tiempos de bonanza. Hoy era su último día de trabajo. Mañana no habría cajero y la caja estaría limpia de vil metal, carente de sentido, aunque eso no lo sabía nadie. Tenía el billete de avión, el coche de alquiler en Francia y el otro billete para México, así como un contacto allí para establecerse nada más llegar.
Eran las doce, quedaban solamente tres horas para echar el cierre y decir adiós, por fin, a su insulsa vida. Era el comienzo de una nueva existencia, de capitalismo exuberante y dejadez absoluta. Se acabó el ser un proletario. Pero de momento tenía que vencer sus nervios y cumplir con su papel en el engranaje de la máquinaria financiera. Los clientes se sucedían inenterrumpidamente en una monótona fila de gente gris y con prisa. Y hoy precisamente el saldo de caja era negativo, la gente estaba retirando más de lo que se ingresaba, se estaban llevando su dinero, malditos! Pero ya daba igual, tenía suficiente en la bolsa debajo del mostrador y en las cuentas en el extranjero que habían ido recibiendo el goteo constante.
- El siguiente - dijo con voz monocorde, la mente puesta en Acapulco. Oyó unos tacones repicar contra el suelo de mármol, levantó la vista del monitor y su mirada se topó con una figura femenina de negro. Llevaba el pelo largo y espeso, color azabache, recogido en un moño, unas gafas de sol ocultaban la mitad de un rostro cincelado en la sensualidad, de pómulos marcados, labios carnosos y barbilla eróticamente afilada. Vestía elegantemente pero sin ostentación, con un traje de pantalón y chaqueta, todo negro, únicamente aderezado por un pañuelo rojo enroscado alrededor de su cuello de marfil. Se había quitado la chaqueta, que colgaba de su antebrazo, y no pudo evitar dirigir una mirada escrutadora a su busto, que dibujaba a través de la camisa unos pechos llenos, rematados en vértice por unos agresivos pezones, desafiantes y provocadores, pues se marcaban perfectamente en la fina tela de la camisa. Se puso tenso, la figura desprendía una sensualidad como nunca había sentido con anterioridad. Entonces le llegó el olor de su perfume, como una ola de varios metros que amenzará con sepultarlo en un lago de placer. No sabría definirlo, pero posiblemente sería una mezcla de jazmines con radiación solar y algún mineral desconocido. El caso es que estaba totalmente embriagado por lo que percibía a través de sus sentidos, se sentía incapaz de reaccionar. Y luego ella pronunció una simple frase:
- Quiero hacer una transferencia internacional, por favor - sus palabras sonaron dulces pero al mismo tiempo transmitían una necesidad imperiosa de ser obedecidas, de servilismo, transmitían la superioridad consciente de un ser extraordinario. Se quedó durante varios segundos ensimismado, contemplando su rostro sereno y cautivador. Trataba a la velocidad de la luz de decir algo inteligente, algo ocurrente al menos que le permitiese entablar una mínima conversación con esa mujer deslumbrante. Pero era incapaz, lo único que venía a su mente era la turbación que poseía todo su cuerpo y las ganas de alargar el brazo y acariciar su piel, recorrer sus hombros con las llemas de sus dedos, haciendo círculos y trazando poliedros repletos de efervescencia sexual, mientras sus labios descendían lentamente por la curvatura de sus senos, hasta llegar al final de los mismos en una tormenta de placer, mirando al cielo, mareado por la altura de los mismos.
- Oiga, se encuentra bien? - Su pregunta sólo consiguió sumirlo todavía más en el pozo de fantasía y perversión en el que se hayaba irremediablemente hundido. Era un tono de premura, que lejos de molestarle intensificó todavía más la sensación de que debía hacer algo, de que aquella mujer era algo que nunca más tendría ocasión de presenciar y que tenía que aferrarse a ella como fuere.
- Ah, sí, perdone, es que hoy tengo un poco de jaqueca y a veces me dan unas punzadas terribles...
- Vaya lo siento, debería hacerse dar un masaje - lo dijo con una sonrisa enigmática, pero como si descartase cualquier mínima posibilidad de que uno siquiera de sus finos y perfectamente esculpidos dedos pudiese rozar la áspera piel del cajero.
- Sí, creo que es una buena idea.
- Bueno, como le decía, quisiera hacer una transferencia a Alemania, 20.000 euros, hay algún problema?
- No, no, por supuesto. Sólo que llevara un poco de tiempo - trataba de prolongar cada momento, el perfume le tenía totalmente embriagado, ni siquiera sabía a quién estaba enviando el dinero, es posible que lo hiciese llegar a una ONG al otro lado del mundo o a un rastafari de la India, pero le tenía sin cuidado, cualquier otra cosa, después de aqúella sensación de tener todo su cuerpo en llamas le era claramente estúpida e indiferente.
- Va a tardar mucho?
- Ahhh!! -gritó inconscientemente, presa de la excitación - Eh? No, eh, perdone un momento, tengo que ir al baño, no me encuentro demasiado bien.
-Su jaqueca otra vez, pobrecito - nunca supo como consiguió llegar hasta el aseo, sintiendo que las piernas no le sostenían, que las arcadas que los nervios y el erotismo que emanaba por cada uno de sus poros le producía un temblor incontenible, agradable y extasiante. Sin embargo, tendría mucho tiempo para reflexionar sobre ello a la sombra de las rejas, después de que lo encontrasen desmayado en el baño, con los pantalones por las rodillas y una expresión de transcendencia intangible en su cara, la bolsa de los yogures repleta de cientos de euros amasados en los últimos días de vampirismo financiero, oculta dentro de la papelera, y la contabilidad hecha trizas en el pc después de muchos años de zurcidos.
Ilustración de ALBA FERNANDEZ.
De todas formas, daba igual, su sueño de Acapulco se había desvanecido como el humo que sale por una chimenea, sin dejar rastro, perdido para siempre entre los cielos, sin importarle lo más mínimo. En su celda del módulo para ladrones de guante blanco con trastornos sicóticos repasaba una y otra vez la figura de la mujer de negro y la melodía sensual de sus palabras, la provocación frustrante de sus senos, perdida su cordura para siempre. Y cada día se imaginaba su presencia a través de la ventanilla de cristal y alargaba su mano para palpar su cuerpo y sentir su fuego abrasador.
muy divertido el relato
ResponderEliminarlo mejor es el dibujo
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