La luna reinaba grande y solitaria en el firmamento. El cielo estaba despejado y la luz llegaba claramente hasta él, lo cual facilitaba su ardua labor de arrastrar la pesada carga. Por lo demás, los sonidos de la naturaleza le rodeaban, ninguno que pudiese identificar como humano. Esto tranquilizaba su alterado espíritu después de la acción.
Al principio, nada más incrustar el abrecartas en su fláccido cráneo, le invadió una sensación de triunfo, de promesas y amenazas cumplidas. Había llevado hasta el final su cometido, su plan de hacer justicia, no sólo por él mismo, sino también por miles y miles de personas que, como él, eran humilladas, vilipendiadas y sometidas a todo tipo de abusos a diario, por parte de personas que se creían en posesión de un poder supremo. Un poder que tan sólo existía en sus putrefactas mentes, bueno, y en sus nóminas.
En más de una ocasión había proferido amenzas contra su jefe, perdiendo los estribos, y éste se lo había tomado con menosprecio, ridiculizando sus rabietas y provocando la hilaridad, real o fingida, de sus compañeros de trabajo. Pero además, con el tiempo había ido incrementando la intensidad de las humillaciones hacia él, incluso haciéndolas extensivas a otros miembros de la plantilla. Se había convertido en un tirano sin escrúpulos, un auténtico hijo de puta.
Él siempre se había considerado una persona tranquila y moderada, y por eso había aguantado lo que había aguantado, carros y carretas, lo que otros no serían capaces de soportar ni con años de entrenamiento. Pero tampoco se hacía ilusiones. Ese estoicismo no radicaba en su capacidad personal sino en la mujer a la que amaba, que estaba atada desde hacía medio año a una silla de ruedas, a ráiz de un accidente de trafico. Necesitaba de cuidados y de un tratamiento especial que sólo él se interesaba en costear, pues a ella no le quedaba nadie más en el mundo y del gobierno no recibía ni la más miserable pensión.
Recordaba con especial rencor e ira aquel día en el que el muy bastardo le había obligado a subir y bajar las mismas cajas, una y otra vez, desde el almacén a la oficina y de la oficina al almacén, sin ningún motivo ni sentido, simplemente porque ese día el muy cretino se había levantado sientiéndose como una colilla. Posiblemente porque ese día no le había puesto la mano encima a su esposa o porque ésta no le había servido el desayuno al gusto del señorito de los cojones. Así que le había tocado a él pagar las frustraciones del muy imbécil, sufriendo su comportamiento infantil, nada profesional y sobre todo inhumano. Ese fue el día que se juró a sí mismo que acabaría con él. No sabía todavía cómo, pero lo haría.
Y, realmente, el día que todo sucedió era el que menos tenía pensado para ello. Le dolía tremendamente la cabeza, su mujer estaba esperándole en casa con uno de sus ataques, sola y desasistida, atravesando una mala racha. Es decir, lo necesitaba más que nunca. Y entonces fue cuando aquel gilipollas dijo con una sonrisa cínica y enigmática:
- Paco, me preocupas, tu rendimiento ha bajado alarmantemente en los últimos meses - se disponía a contestar, pero el muy cretino prosiguió sin darle siquiera la oportunidad - Qué te pasa? Acaso es que la tísica de tu mujer te folla demasiado? Será lo único que es capaz de hacer por sí sola...O también la tienes que mover tú?
La fortuna quiso que ya fuese tarde y no quedasen en la fábrica más que ellos y el obeso guardia de seguridad dormitando en su garita. De repente, sintió recuperar todas sus fuerzas y concentrándolas en su mano derecha le hundió el abrecartas hasta la empuñadura a través de la órbita derecha. Su cuerpo, cayó al suelo y se agitó por unos instantes como si una corriente de alto voltaje le atravesase de parte a parte.
Seguía arrastrando penosamente el cuerpo entre la maleza, cada vez más extenuado y pensando lúgubremente que todavía tendría que volver a la oficina, limpiarlo todo y salir con el coche del jefe haciéndose pasar por él. De momento arrojaría el cuerpo al pozo negro que había detrás de los autoclaves, para el tratamiento de la madera. La mierda con la mierda.
Aquella noche no tenía pensado volver a casa hasta el amanecer. Tenía que cerrar el IVA del trimestre y eso le llevaría casi toda la noche, así que ya había avisado en casa de que, muy a su pesar, dado el lamentable estado de su mujer, volvería tarde. Sin embargo, después de deshacerse de la basura decidió que le podían dar mucho por culo a Montoro y la madre que lo parió. Ya todo se había acabado. Se montaría el escándalo y saldrían a la luz todos los trapos sucios de la empresa, las contabilidad en b, en z y en griego. Así que después de dejar el coche del jefe delante de su palacete, cogió un taxi y se dirigió a su domicilio, muerto de cansancio y esfumada ya toda la adrenalina de la victoria sobre el tirano.
Introdujo la lleva en la cerradura y abrió lentamente la puerta, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a su querida esposa. En ese preciso instante le llegaron unas vibraciones intensamente negativas, como si de un vidente se tratase, que se anticiparon luego a los sonidos que procedían del dormitorio. Eran sin duda, pero...no, no era posible...Parecían gemidos de placer, respiraciones entrecortadas...Sin aire en sus pulmones se asomó al dormitorio y allí, incrédulo, vió a su mujer cabalgando furiosamente a un hombre, el fisioterapeuta de la clínica. Su movilidad recuperada milagrosamente después de meses de parálisis.
Así es la vida... Cuando te dan, te dan por todos los lados...
ResponderEliminarJeje, es coña.
No, no, no es coña, es la vida misma, fíate y verás
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