Bukowski, ya fallecido, ve como hoy en día sus novelas y escritos alcanzan fama mundial, pese a que en vida lo pusieron de vuelta y media por su forma de escribir y de contar las cosas, desgarrada y sin ocultar nunca las pasiones sexuales, bajezas espirituales o morales de la gente y otras lindezas que existen, se pongan como se pongan los puristas comemierdas.
Bukowski es un tío que engancha porque tiene una forma directa de decir las cosas, pero además las dice bien, sin grandes alardes léxicos, llamándole a cada cosa por su nombre. Es un autor que conecta con el gran público, no con los críticos de sillón de terciopelo y zapatillas con escudo en el empeine.
En Cartero, Bulowski hace una disección de la vida de un empleado del servicio postal amerciano a lo largo de más de dos décadas. Las penurias que pasa, tanto en su vida personal como en su vida laboral, van desfilando a lo largo de las páginas. El cartero se llama Chinaski y dice en las solapas del libro que es el alterego del autor, así que avisados quedan los lectores. El mismo Chinaski es el protagonista de otras novelas del autor, donde hace de detective y de busca vidas. Pero centrándonos en el cartero, lo que tenemos aquí es una ácida crítica a la sociedad amerciana y su sueño de pacotilla. El autor se pasa las barras y las estrellas por el mísmisimo ano, que diría él jajaja, aunque no lo dice así directamente, sólo hay que ver como pone al gobierno federal y al propio servicio de correos americano, como una banda de mercachifles y explotadores. Bueno, nada que no ocurra en otros países de mierda alrededor del mundo, pero no por eso hay que callárselo. A la mierda hay que llamarle mierda, y eso Bukowski lo hace a la perfección y además con gran ironía y sentido del humor en muchos casos.
Esa es otra de las claves del autor. En esta obra quizás no lo explote tanto, pero Bukowski es un autor que tiene un estilo de escribir que lleva al paroxismo por la forma descarnada en que expone las situaciones. Realmente, lo que hace es desvelar la verdad al desnudo, aquello que todos estamos pensando pero que, coño, no nos atrevemos a decir o manifestar en voz alta por el que dirán. A Bukowski se la sopla el que dirán, por eso es quién es y aguantó lo que aguantó.
Además de poner al servicio postal americano como una máquina de explotación capitalista propia de los años 80, del capitalismo puro y duro, sin ética, Bukowski nos desvela la vida que llevan michos americanos (de nuevo, repito, que en esto no tienen la exclusiva, aquí las pasamos canutas hoy en día, sin ir más lejos), una vida de privacidades, de vivir al límite y de ahogar las penas en alcohol, drogas y sexo como evasión. Por supuesto, ni que decir tiene que esto a muchos yankis les daba mil patadas en la entrepierna, su país era perfecto y el sueño americano la gran panacea. Hipocresía total y absoluta. Abran las ojos, en EEUU también hay pobres y gente que se muere de hambre o porque no tiene un seguro médico para pagar el hospital. Por eso Bukowski defendía que a veces hay que perder los papeles, a veces muy a menudo, para hacer la existencia soportable o agradable, cada uno que lo interprete como quiera.
Un gran autor, con unas novelas de lo más laicas y apócrifas que imaginarse pueda, y que describe la vida como es: buena a veces; mala, muchas otras; un paraíso para algunos, una mierda en un pincho para otros y un seguir tirando y aprovechando los buenos momentos para mucha gente. Cierro el análisis con un párrafo hilarante de esta entretenida, y sin prejuicios, novela, aunque quizás sacado fuera de contexto no se le pille todo el sentido, pero ahí va de todas formas:
Un día que hice aquella ruta, el tío-que-extendía-la-mano (se refiero a un tipo que no quiere que echen las cartas en su buzón sino que se las entreguen siempre en mano) estaba media manzana más arriba. Estaba hablando con un vecino, entonces desvío la mirada hacia mí, que estaba a más de una manzana de distancia, y supo que tenía tiempo para volver y esperarme en su sitio. Cuando me dio la espalda, empecé a correr. No creo que nunca hubiera repartido el correo tan rápido, a toda mecha, sin parar ni hacer pausa, iba a joderle. Tenía la carta medio metida por la hendidura cuando se dio la vuelta y me vio.
sabia que si acababas por darle una oportunidad a bukowski, no te decepcionaría.
ResponderEliminarEs inevitable caer en sus redes, la sociedad te lo pide a gritos con la mierda diaria que te hace tragar
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