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jueves, 6 de junio de 2013

Helado me quedé


-Helado de fresa? – le pregunté yo

- Sí, claro.

- Venga, espabílate tío, no tenemos todo el día – dijo el gilimemo de su novio rompiendo la magia del momento, magia que, por supuesto, solo existía en mi cabeza.

Hacía más de un año que estaba locamente enamorado de esa chica. No sabía nada de ella y lo sabía todo, es ese tipo de sentimiento que tienes hacia algunas personas de las que desconoces incluso su nombre pero que por la forma de hablar, de mirar, de moverse, alcanzas una conexión tan profunda como increíble.

Efectivamente, sólo había conseguido averiguar su nombre porque se lo había oido nombrar a su novio o algún amigo. Sabía también que vivía a las afueras de la ciudad porque el mamonazo del novio solía ofrecerse para llevarla cuando se hacía tarde, pues ella no tenía ni coche ni carné de conducir. Sabía que actualmente estaba estudiando en la universidad, creo que Derecho, aunque no tenía mucha pinta de eso, porque los abogados están todos como cabras y son unos vampiros, y ella no es así, por supuesto que no.

Y por supuesto, sabía, como cualquier persona que tuviese ojos en la cara que era de una belleza sublime, tanto que al principio me costaba mirarle directamente a la cara y mantener su mirada si por un casual se fijaba en mi. Yo sabía que mi físico no estaba a la altura de su esbelto cuerpo, su penetrante mirada de ojos verdegrisáceos y su salvaje cabellera negra. En cambio, el que si pegaba bastante con ella, cromatísticamente hablando, era el ya mencionado mamonazo del novio.


Con el tiempo me acostumbré a su presencia, lo que no quiere decir que dejase de admirarla cada día que entraba en la hamburguesería donde yo trabajaba. Siempre pedía helado de fresa, con cualquier otra cosa, pero el helado de fresa no podía faltar. Y casi nunca venía sola, como si fuese un objeto demasiado preciado para dejarlo sin vigilancia.

Recuerdo la única vez que entró sola en el restaurante y se sentó en una esquina, ojeando la carta mientras esperaba que le atendiera el camarero. Por supuesto, yo me adelanté y le dije al compañero que yo me encargaría de esa mesa, me hizo un guiño cómplice y un gesto de ánimo. Me sudaban las manos y las piernas parecían de papel, casi no me sostenían, no tenía un espejo delante pero juraría que la sangre no me llegaba más allá de la barbilla. Hice un esfuerzo sublime para controlar la ansiedad que empezaba a invadir todo mi cuerpo y me acerqué a su mesa. Abrí mi boca, movía los labios, pero no salía sonido alguno!

- Perdona, decías? – preguntó ella con una sonrisa dulce que tuvo el efecto de un bálsamo sobre mi atribulado estado de ánimo. Aclaré la garganta y le contesté.

- Un helado de fresa?

- Por supuesto. – Ahora sonreía con los ojos, al tiempo que me miraba fijamente. Yo no dije nada mas, simplemente me quedé contemplándola, ensimismado y extasiado, como si mis pies hubiesen echado raíces en el suelo, con una expresiòn de placidez en el rostro, rebosaba dicha por todos los poros de mi cuerpo. Creo que ella captó al momento esa sensación y tampoco hizo ningún comentario más, ni siquiera se impacientó o incomodó por mi actitud.

Los gritos en la cocina me hcieron recuperar la consciencia y volver a la realidad, me giré sin decir palabra, sin apartar los ojos de ella ni ella de los míos y me fui a por su helado. Cuando volvía con él, levitando a cinco metros del suelo, la encontré en compañía de su novio. Se me cayó el alma a los pies, los hombros me pesaban y mi cabeza parecía hecha de madera. Torpemente dejé el helado sobre la mesa. Ella todavía me miraba, pero no con la mirada tranquila de antes, sino con una mirada esquiva, de quién se siente bajo vigilancia. Intuí en ese momento que estaba con el novio por algún azar del destino, que físicamente eran dos seres perfectos, tal para cual, pero que ahí se acababan los puntos en común. Pero pasado el momento deseché esa idea y me convencí a mi mismo de que todo eso eran imaginaciones mías y de que en realidad hacían una pareja perfecta.

Ella siguió pasando de vez en cuando por el restaurante, a veces la veía a lo lejos en algún lugar de la ciudad o en el interior de alguna tienda comprando alguna cosa. Pero lo cierto es que nunca volví a estar tan cerca de ella espiritualmente como aquel día. Así pasaban los meses, en esa agonía que el organismo asume como propia y que le lleva a cumplir con el mero rito de la existencia, sin otras pretensiones que mantener las constantes vitales.

La noticia de su enfermedad llegó hasta mi como un mazazo. A pesar de no tener ningún tipo de relación con ella más que la de cliente-proveedor, sentía como propia su desgracia y no quería creerla, aunque tampoco tenía por qué dudar de la veracidad de lo que se contaba, simplemente no era capaz de asumir esa realidad. El día que apareció con su madre empujando la silla de ruedas en la que iba postrada todas esas habladurías cayeron como un jarro de agua fría sobre mi. Hasta mis oídos había llegado que el novio la había dejado, que los amigos ya no querían verla porque se aburrían con ella.

Cuando la vi pasar con la mirada clavada en el suelo comprendí el por qué. Era como un ser vivo al que le hayan arrancado el alma, como un muñeco de trapo sin voluntad propia. Aprovechando la ausencia de su madre, que se había ido a los aseos, me acerqué hasta ella, con más nervios, si cabe, que aquella otra vez hacía meses.

- Un helado de fresa?  - pregunté con una sonrisa cómplice y franca en el rostro. Ella levantó su mirada atónita hacia mi y asintió.

Por fortuna, cuando volvía a toda mecha con el helado la madre todavía estaba perdida en el aseo. Dejé el helado, y un nota bajo la copa de cristal. Ella me miraba, creo que no se apercibió del papel que le había dejado. La madre volvía y me retiré detrás de la barra, volviendo a mis tareas rutinarias. De repente escuché voces que se alzaban y vi que la madre abrazaba a su hija, tratando de consolarla. Sin pensarlo dos veces, me acerqué alarmado hasta ellas, tratando de ayudar en algo.

-Qué pasa señora?

- Algún desaprensivo ha dejado esta nota, aprovechándose de mi hija, que ni puede hablar ni puede moverse. La gente es muy cruel!! Si lo cojo… Que quiere salir con ella! Pero quién es el degenerado que…?!!

No supe qué decir, sólo me quede mirando para su hija, como si la madre estuviese a galaxias de distancia. Y su hija me miraba a mi, con lágrimas en los ojos, asintiendo.

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