Después de tres siglos tunelando se acercaba el gran día que el Gran Maestro había profetizado como el día de la iluminación. Era el día en que por fin podrían salir de sus escondrijos bajo tierra y ver el sol. Bueno, realmente ver no era la expresión correcta, más bien habría que decir sentir. Porque claro, después de casi 500 años excavandos túneles y pasadizos a 20 metros bajo tierra la capacidad visual no es la misma, ni la tolerancia a la radiación solar.
Pero esos eran temas estudiados y analizados desde hacía mucho tiempo y para todos ellos se había encontrado solución, al menos teórica, de forma que el retorno a la superficie se convirtiese en una realidad exitosa y vivificante, no en una tortura. Nadie tenía ninguna duda al respecto, la superficie era el sueño. A pesar de que en la generación presente de subhombres ninguno había visto jamás la luz del sol, o el cielo y las estrellas, todos compartían ese sueño de volver a poseer lo que en su día les fue arrebatado por una generación de inconscientes y de genocidas.
Las décadas y los siglos habían transcurrido rápidos, al menos al echar la vista atrás. Y parecía todavía cercano el tiempo en que el cataclismo nuclear que enfrentara a occidente y oriente medio dejó el planeta inhabitable, hecho trizas, con nubes de radiación por todas partes. De un día para otro, todo se hizo noche y pasaron de su condición de bípedos a la de seres de cuatro patas, perdiendo parte de sus sentidos, la mayor parte de su cultura, de su tecnología, de su modo de vida. Las primeras décadas fueron muy dolorosas, el rencor, el dolor por lo ocurrido, las enfermedades, las escasez de alimentos, la ausencia de comodidades, en definitiva, empezar en un nuevo mundo que nada tenía que ver con el que se conocía. Un mundo subterráneo, inhóspito, húmedo, seco, sin apenas luz, pero era el medio que les ofrecía y garantizaba la subsistencia.
Según cuenta la historia del inframundo, durante las primeras décadas la especie estuvo a punto de extinguirse. Sencillamente, no estaba preparada para vivir en un medio sin cielo, sin agua corriendo libre, sin oxígeno, rodeado de tierra por todas partes. Ni fisiológica ni mentalmente. Los problemas respiratorios eran constantes, los dermatológicos también, por no hablar de desnutrición, hambrunas y enfermedades de hongos e infecciones hasta el momento desconocidas. Y en ese entorno hostil había que luchar con los escasos medios que tenían a su alcance, por la supervivencia de la especie, de la raza humana, ante un cataclismo causado por la incompetencia y la locura de los gobiernos.
Inicialmente, la colonia que se consiguió poner a salvo de los proyectiles nucleares y de la radiación nuclear era de unas 30.000 personas. Pero en los primeros años se fue diezmando, de modo que llegaron a ser no más de 4000 en el momento más crítico. Se daba preferencia en el trato y las atenciones a todos aquellos que tuvieran conocimientos en alguna rama de la ciencia que se considerara vital para el progreso y la adaptación de la especie en el underworld, y por supuesto a las mujeres y los niños. Todos los profesores de idiomas y los historiadores perecieron, lo que supuso con el paso de las generaciones la disolución de gran parte de la historia de la humanidad y que el húngaro, su lengua materna, pasase a ser la lengua universal, algo inaudito en el mundo de antaño. El inglés era un idioma cuyo dominio, como los bibliotecarios del medievo, sólo se permitía a unos pocos elegidos, no había recursos para enseñarlo a toda la población superviviente. Por qué seguían estudiándolo? Nadia sabría decirlo. No por nostalgia, sino más bien por un sentido de precaución, algo que en el fondo de sus almas subyacía, la esperanza. La esperanza de que alguien de su planeta, el de la superficie, no este páramo que ellos habitaban, hubiese sobrevivido a la catástrofe.
Una vez que la colonia se hubo estabilizado en su supervivencia y reproducción subterránea, se inició el Gran Proyecto, la excavación del túnel. Según las informaciones recogidas antes de que todo se fuese al infierno, tanto Europa como Asia quedarían destruídas e incapacitadas para la vida durante milenios. El continente americano y Australia lo mismo. El único destino posible, después de muchos centanares de años era África, sobre la que en principio no se habrían lanzado misiles nucleares, porque no pintaba nada en el escenario mundial. Lógicamente también quedaría afectada por la radiación a nivel mundial, pero al menos, esa era su esperanza, su nivel de contaminación sería sensiblemente inferior a la de los continentes que recibieron impactos.
El túnel se había empezado a construir 20 años después del holocausto. Según las estimaciones más optimistas se tardarían unos 250 o 300 años en alcanzar el obetivo. La tunelación a 20 o 30 metros bajo tierra no permitía otra cosa, ni siquiera con la tecnología, milagrosa, que habían llegado a desarrollar en el underworld. Pero salir a la superficie era el suicidio, 4000 millones de kilotones eran suficiente argumento para disuadir al más osado. Y sin embargo, la empresa que acometían desde hacía siglos era la mayor locura de la humanidad, la muralla china parecía un juego de chinos al lado de esto.
Tras siglos de excavación y de vida subterránea, el organimo humano, en su genial sabiduría había ido introduciendo mutaciones. Las manos habían perdido tres de las falanges, de modo que sólo disponían de 2 grandes dedos, que mantenían la sensibilidad de las yemas pero eran mucho más duros, encallecidos se diría, y podían actuar como pinzas para agarrar piedras o desplazar tierra sin mayor problema. Las nariz se había ido hundiendo, conviertiéndose en dos pequeños orificios que además estaban protegidos por una membrana que filtraba el polvo y las arenas, dejando pasar el aire enrarecido. Los pulmones se habían achicado debido a la imposibilidad de absorver todo el aire que cabría originariamente en su interior, pero a la vez habían aumentado su productividad, como dirían los economistas, es decir, aprovechaban mejor el poco oxígeno que les llegaba. Los ojos se habían agrandado para que la retina pudiese percibir el máximo de luz, incluso las de otro tipo de radiaciones. Los brazos eran casi tan grandes y musculosos como las piernas, habían dejado de ser bípedos en el sentido estricto de la palabra. Nadie caminaba erguido.
Así, los herederos de la humanidad fueron avanzando, entre el fango y la tierra, metro a metro, durante años, décadas, siglos. Y había llegado el gran día. Habían alcando la X marcada en el mapa, su destino: Sudáfrica. Llevaban meses preparándose para el ascenso a la superficie, componiendo todo el material para protegerse de la radiación solar y de la nuclear que todavía restase en el ambiente. Era el comienzo de una nueva colonización, la recuperación de todos sus derechos como personas, era tiempo de invertir el proceso de adaptación genética que les había convertido en hombres-topo.
Y así se inició el ascenso a la superficie. Para el gran momento se había designado a un comité de exploración compuesto por un biólogo, un ingeniero, un lingüista que dominaba el húngaro y sabría pedir una hamburguesa en el McDonalds si todavía quedaba algo de eso allá arriba. Además, iban escoltados por las fuerzas especiales de combate, 2000 hombres, lo mejor de su ejército.
- Estamos a cinco metros de la superficie, señor
- Bien, máxima potencia, acabemos con todos estos siglos de oscurantismo. Este es un gran día para la humanidad.
Ilustración de ALBA FERNANDEZ
Al fin, la tuneladora abrió hueco y un rayo solar se filtró como un cuchillo a través de la tierra. Poco a poco se fue ensanchando, hasta permitir ver a través de sus gafas protectoras un cielo azul, limpio y hermoso. Todo lo demás es historia. En seguida fueron apresados aquellos engendros del underworld. La humanidad estaba consternada y asombrada. Ni siquiera con todos los avances tecnológicos que la humanidad había alcanzado hasta el 2.534 D.C. cabía en cabeza alguna que bajo tierra pudiesen vivir unos seres que, sin duda, guardaban un parecido con ellos y que además poseían inteligencia y cierta tecnología.
Toda la población subterránea, medio millón aproximadamente, había sido sometida y apresada. Por si acaso, para evitar cualquier tipo de contagio o de agresión, había sido enviada a la colonia lunar, al módulo especial de aislamiento para reclusos peligrosos. Y allí se le estaba sometiendo a interrogatorio. Al parecer contaban la increíble historia de que hace 500 años un holocausto nuclear había acabado con la vida en la superficie de la Tierra y que ellos, nacionales de Hungría, eran los únicos supervivientes, habiendo habitado bajo tierra todo este tiempo. Por supuesto, estaban locos o planeaban algo.
buen trabajo vpower.
ResponderEliminarLo mismo te digo
EliminarMagnífica historia que nos lleva a un hipotético mundo,denunciando el presente y con un toque de humor (sobreviviría el MacDonalds?), espero que no, :)
ResponderEliminarMuy buena imaginación. Disfruté del relato.
Un aplauso para los dos.
Bicos.
gracias Ohma, es un privilegio tener un público de tu calado. Un abrazo
EliminarPD: no me cabe duda de que el McDonalds seguirá vivo dentro de 500 años y, es más, tendrá incluso restaurantes en la luna, es el futuro jajajja