La trampa de la liquidez, como ya he comentado en alguna ocasión en este blog, se caracteriza por políticas monetarias expansivas, es decir, insuflar dinero en la economía, que tratan de activar la demanda, incidiendo sobre el consumo y la inversión. Sin embargo, estas políticas fallan cuando los agentes económicas, en un claro clima de desaceleración económica o recesión, tienen la espectativa de que los precios seguirán cayendo y por tanto es mejor postponer las decisiones de compra o inversión a la espera de conseguir una operación de compra más beneficiosa.
Pues bien, Japón lleva años luchando contra la estanflación, pero en los últimos tiempos se ha decidido por la que creo que es la vía correcta: poner en práctica una política monetaria superexpansiva, es decir, que haya tanto en dinero en circulación que esperar a que haya más se antoja una tontería, dado que la diferencia apenas será relevante. Por supuesto, es fundamental combinar esta política con ciertos pactos, especialmente en el marco de una crisis económica mundial, de tipo social, especialmente la subida de salarios, que incentará claramente al alza el consumo y, por ende, la inflación. Así lo reconocen y lo están tratando de hacer las autoridades japonesas.
El índice de precios de referencia
para el Banco de Japón —los precios al consumo, excluidos los de los alimentos
frescos— subió en junio un 0,4% en tasa interanual, el nivel más alto desde
noviembre de 2008. Desde abril, la inflación, excluidos los alimentos frescos,
acumula una subida de ocho décimas.
El buen comportamiento del sector exterior también está poniendo su grano de arena en la superación de este dilema de la liquidez, si bien no con el visto bueno de todos los países, dado que Japón ha optado claramente por una devaluación competitiva del yen, cosa que no ha gustado nada en ciertos ámbitos, pues se considera una práctica del pasado, trasnochada en tiempos de liberalización comercial mundial como el actual. La política ultraexpansionista del primer ministro, Shinzo
Abe, ha provocado además una depreciación del yen de más del 20% desde el pasado
noviembre, lo que ha disparado las exportaciones, por un lado, y, por otro, ha
encarecido las importaciones, entre ellas las energéticas. Desde el accidente
de Fukushima, en marzo de 2011, Japón mantiene prácticamente paralizadas sus
centrales nucleares, lo que ha aumentado su dependencia energética exterior.
De todas formas, hay que relativizar o tomar con cautela el moderadísimo ascenso de precios. Si se considera la inflación subyacente, descontado el efecto de alimentos y energía, entre otros, el saldo sigue siendo de caída de precios en junio (-0,2%). Pero por algo se empieza, que diría el otro, y creo que en Japón están haciendo los deberes, un tema que en otros países o zonas deberían hacerse mirar.
de que fecha es el articulo?
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