Mientras pensaba todas estas cosas, el informático cayó en
la cuenta de que su doncella, su diosa del amor seguía allí, tumbada desnuda a su lado,
compartiendo lecho y, al parecer, sumida en un profundo sueño. No pudo evitar
contemplar una vez más su silueta. Sin duda, se trataba del tipo de mujer del que
todo hombre presumiría de haber ligado nada más llegar a la oficina, delante de
todos los compañeros. Pero ahora ese mundo quedaba muy lejano, afortunadamente,
porque tenía que reconocer que desde que había aterrizado en el Infierno había
vivido en tres días experiencias más intensas que en toda su insulsa vida
terrenal. Y eso que el podía presumir de haber sido un homhre de éxito, un
gurú, como gustaban de llamarle sus seguidores y sus admiradores, y como tal había
viajado a lo largo del mundo, conociendo decenas de países, cientos de gentes, miles de
preciosos lugares, degustando riquísimos manjares, hospedándose en hoteles de
lujo extremo y, por supuesto, conociendo a mujeres de deliciosos rasgos predipuestas a entregársele sin concesiones. No, su
vida no había sido para nada anodina, se decía para sí mismo, y sin embargo al
ponerla en la balanza frente a los escasos días en las tinieblas aquella lejana existencia parecía tan burda...
Se levantó y se acercó al gran ventanal que ocupaba casi todo
el ancho de la pared. Allí siempre reinaba la oscuridad, no había nada parecido
a un sol y si alguna luminosidad se percibía era gracias a los poderosísimos
fuergos y volcanes que se erguían por doquier, quien sabe con que maléficos
cometidos. Sin embargo, al cruzar su vista a lo ancho del mirador no observó
más que oscuridad y quietud y el rumor como de olas. Efectivamente, para su
asombro, lo que antes había sido una árida estepa era ahora terreno ocupado por
un mar infinito de aguas oscuras y amenazantes, tintadas casi de negro,
impenetrables y opacas a cualquier escrutinio, sospechosas de esconder en sus
profundidas a criaturas terribles. Al pensarlo, sintió un escalofrío, sería desesperante caer a esas aguas y verse allí indefenso ante cualquier... monstruo.
No cabía pensar otra cosa, o sí? Aquello era el Infierno, pero hasta ahora nada
de lo que había visto le demostraba que eso fuese menos bueno que aquello que
los humanos esperan del “Cielo”, el premio a una vida de virtudes, sosa y
desperdiciada.
Pero Lucifer, había sido clara al expresar su deseo de que
las cosas cambiarán, de que el averno viviese tiempos mejores. Aquello era un
enigma tras otro y a pesar de su capacidad intelectual, y de sus horas vividas
junto a cerebros privilegiados en la sala de los conectores interneuronales, abriendo lo ojos a nuevos conocimientos y
dimensiones, todavía se encontraba muy perdido. Lo mjoer, pensaba, sería
relajarse, no se podía abarcar la etenidad y mucho menos comprenderla en tres días. Dios
necesitó, dicen, siete para hacer un mundo muy bonito condenado a la
extinción, las guerras, el hambre, la tortura, las penurias, el dolor...Todo por
correr, si se hubiese tomado su tiempo el molde le habría salido mejor y ahora
estaría en el cielo, oyendo cantos de sirena, comiendo exquisitas viandas y
viendo la tele para matar el rato, en lugar de haber pasado la noche con la
mujer más turbadora de todos los tiempos. Dios sabía lo que se hacía, estaba
claro, y cada uno escogía su camino. Se sorprendió con estas divagaciones y no
pude contener una muda carcajada, de incredulidad y felicidad. Jamás había
sentido su espítitu tan libre, liviano y exaltado. Era la ausencia de ataduras,
el no deber nada a nadie, el no tener nada más que el tiempo infinito en sus
manos y unas criaturas a su alrededor que le sorprendían a cada momento,
haciendo la aventura de vivir más extraordinaria y excitante que nunca.
Se hallaba en ese estado casi catatónico, de abstracción y
evasión, cuando se percató de que la estancia en la que se encontraba recluído,
deliciosamente secuestrado por la encarnación más sensual del mal, había mudado
de nuevo su aspecto, al igual que lo había hecho el mundo exterior en el que todavía no había puesto un pie desde su llegada a las profundidades del Mal. Ahora lo que le rodeaba ya no era una habitación de
ambiente embriagador y sumido en eróticas tinieblas, sino lo que paecía el camarote de un
antiguo navío. Los tablones de madera en el suelo y las vigas en el techo, las
paredes adornadas con todo tipo de peces marinos, a cada cual más curioso y
extraño, armas de caza submarina, retratos de viejos lobos de mar, la ballena
blanca con el capitán atado a su lomo que subía y bajaba cada vez que el
cetáceo se sumergia y emergía de nuevo a la superficie, y él le guiñaba un ojo con su
semblante serio y desafiante, en su baile sin fin. Redes, arpones, botellas de
ron, espadas y viejos cofres distribuídos por toda la estancia. No pudo vencer
el impulso de abrir uno de aquellos grandes baúles, pensando en el tesoro de
los piratas de Stevenson, como si fuera un niño. Su sorpresa fue mayúscula al
abrir el que tenía más cerca. Rebosaba de doblones de oro, brillantes e
impolutos, collares de perlas, esmeraldas, rubíes y figuras de todo tipo
talladas en plata y con incrustaciones de piedras preciosas. Corrió al
siguiente cofre y la imagen se repitió, y así sucesivamente, uno tras otro. Se
encontaban en aquella habitación más riquezas que las que pudiesen atesorar las
arcas de cualquier gobierno o banco central de los que tanto presumían señores
de ilustres cargos y mejores nóminas.
Justo en la pared opuesta al gran ventanal se situaba una
enorme mesa, repleta de mapas y rollos de papel antiguo, así como instrumentoss
para localizar la posición, utilizados por los grandes navegantes de tiempos ya
remotos. Sextantes, brújulas, cartas de navegación...Tomó asiento y fue desenrrollando los papiros,
con calma y admiración. Trazaban con detalle los rasgos costeros de todos los
continentes de un planeta extraño, no la Tierra, por supuesto. Las distancias
parecían infinitas, pero el rumbo estaba claramente señalado en cada carta de
navegación, como si todo hubiese sido perfectamente estudiado y diseñado mucho
tiempo atrás.
Al apartar un rollo más largo que los demás, encontró un
sobre lacrado con su nombre y un preciso mensaje: “Abrir sólo después de una
noche eterna de pasión”. Iba a dejarlo nuevamente sobre la mesa, esperando la
autorización de Lucifer, cuando cayó en
la cuenta que aquélla ya no se enconrtraba en la sala. O había estado demasiado
abosorto en la contemplación de aquellas maravillas, embriagando su
imaginación, o simplemente estaba ante uno más de los sortilegios a los que ya
empezaba a acostumbrarse. Sopeso de nuevo el sobre y cogió el abrecartas que de
repente, como respondiendo a su pensamiento, brilló con un destello azul en la
penunmbra.
To be continued...
To be continued...
Espero que aún haya más...
ResponderEliminarQué le tendrán preparado a nuestro amigo el informático?.
Por cierto, no debería abrir el sobre... fue una noche de pasión, pero "eterna" está claro que no.
Me he vuelto a olvidar lo de to be continued...así qué habrá que seguir yendo al kiosco durante un tiempo :)
EliminarFue una noche eterna, baby, porque son de esas noches que no se olvidan