“Las crisis son geniales, lo mejor que puede ocurrir: son la
única fuerza que mueve a la gente a unirse y pedir cambios (...) El capitalismo
no se puede cambiar, se tiene que destruir, destrozar. Pero no quiero ningún
ismo, no hay un solo sistema que sea la solución. Lo único que sí que hay que
hacer es ser más sostenibles en nuestras comunidades. Tenemos que ser
conscientes del coste que supone lo que consumimos; del problema de las
pensiones: con tanta gente joven desempleada, ¿quién va a pagar las pensiones
en los próximos 20 años? Es obvio que nuestros sistemas no funcionan, así que
tal vez tengamos que volver atrás y ver qué es lo que funcionaba antes…”
Ciertamente, el capitalismo es una mierda, pero es la mierda que quiere el mundo. Los que no lo tienen anhelan tenerlo, los que lo tienen lo vilipendian pero temen perderlo. Sólo hay prequeños corpúsculos en todas las sociedades y países, como el que representa la señora Birgitta en Islandia, que están dispuestos a dedicar tiempo a luchar contra el monstruo capitalista.
Y aquí de nuevo hay que diferenciar, tenemos dos tipos de luchadores. Los coyunturales, como decimos los economistas, y los estructurales, o que podríamos llamar convencidos. Los primeros, no nos engañemos, representan el grueso del ejército anticapitalista, son la infantería, los primeros en caer en la guerra o con el paso del tiempo, dentro de ellos podríamos distinguir dos facciones:
- Los jóvenes, los que tienen las hormonas a toda pastilla. Son un buen caldo de cultivo para reclutar tropas anticapitalistas. Por desgracia, muchos de ellos acaban en grupos antisistema que lo único que pretenden es desastibilizar porque sí, sin un objetivo a largo plazo, la guerra por la guerra, una forma más de entretenerse, la protesta, con todas las de la ley, por supuesto, por la protesta. La mayoría se dan de baja en la lucha cuando el nivel de hormonas en sangre les baja un poquito o cuando consiguen su primer empleo mal pagado.
- Los desempleados. Como dice Birgitta, abundan en tiempo de crisis, cuando la ola de EREs, despidos en masa, azota con más fuerza. Duran tanto como dura la crisis, cambian u olvidan su discurso en cuanto los vientos favorables vuelven a soplar, esperando, inconscientemente, a que el vendaval de una nueva crisis sople arrasando su vida como un tsunami. Son los que formarán el grueso del levantamiento contra el capitalismo cuando este ya no dé más de sí, pero también son las principales víctimas del consumismo y, por tanto, el trigo que alimenta a la bestia. He ahí la gran y ridícula paradoja. Protestan cuando el sistema les quita el caldo y callan como putas cuando el sistema les da dos tazas de anestesiante.
El segundo grupo, los luchadores estructurales, conforman la cabellería del ejército anticapitalista. Son los formados en el arte anticapitalista, los que pueden liderar el movimiento, pero que por sí solos no tienen la fuerza ni la representatividad necesaria. Como bien dice Birgitta, no sólo vale con que luchen en las calles, esa lucha, hasta que llegue el apocalipsis económico, o medioambiental (quizás antes que el otro), sólo es un parche que no taponará la herida, ésta sigue sangrando. Para lograr cambios estructurales es necesario que este grupo de intelectuales, o de personas formadas y con criterio propio, logren una representación en los parlamentos de los disntintos países, de manera que su voz se oficialice y sus proclamas se plasmen en papel, leyes y acciones de los gobiernos, respaldadas por la voz popular. Para ello se encuentran con un gran problema: las garras de la bestia capitalista son tremendamente afiladas, está bien alimentada, mientras que estos grupos viven en la anorexia y en la falta de medios, propiciando una batalla desigual, como la de David contra mil Goliats.
Algún día llegará el apocalipsis del capitalismo, propiciado por una gran crisis, no necesariamente económica. Pero ese cambio brusco, como todos los cambios radicales, será dramático y está por ver cómo quedará el orden de las cosas.
Y aquí de nuevo hay que diferenciar, tenemos dos tipos de luchadores. Los coyunturales, como decimos los economistas, y los estructurales, o que podríamos llamar convencidos. Los primeros, no nos engañemos, representan el grueso del ejército anticapitalista, son la infantería, los primeros en caer en la guerra o con el paso del tiempo, dentro de ellos podríamos distinguir dos facciones:
- Los jóvenes, los que tienen las hormonas a toda pastilla. Son un buen caldo de cultivo para reclutar tropas anticapitalistas. Por desgracia, muchos de ellos acaban en grupos antisistema que lo único que pretenden es desastibilizar porque sí, sin un objetivo a largo plazo, la guerra por la guerra, una forma más de entretenerse, la protesta, con todas las de la ley, por supuesto, por la protesta. La mayoría se dan de baja en la lucha cuando el nivel de hormonas en sangre les baja un poquito o cuando consiguen su primer empleo mal pagado.
- Los desempleados. Como dice Birgitta, abundan en tiempo de crisis, cuando la ola de EREs, despidos en masa, azota con más fuerza. Duran tanto como dura la crisis, cambian u olvidan su discurso en cuanto los vientos favorables vuelven a soplar, esperando, inconscientemente, a que el vendaval de una nueva crisis sople arrasando su vida como un tsunami. Son los que formarán el grueso del levantamiento contra el capitalismo cuando este ya no dé más de sí, pero también son las principales víctimas del consumismo y, por tanto, el trigo que alimenta a la bestia. He ahí la gran y ridícula paradoja. Protestan cuando el sistema les quita el caldo y callan como putas cuando el sistema les da dos tazas de anestesiante.
El segundo grupo, los luchadores estructurales, conforman la cabellería del ejército anticapitalista. Son los formados en el arte anticapitalista, los que pueden liderar el movimiento, pero que por sí solos no tienen la fuerza ni la representatividad necesaria. Como bien dice Birgitta, no sólo vale con que luchen en las calles, esa lucha, hasta que llegue el apocalipsis económico, o medioambiental (quizás antes que el otro), sólo es un parche que no taponará la herida, ésta sigue sangrando. Para lograr cambios estructurales es necesario que este grupo de intelectuales, o de personas formadas y con criterio propio, logren una representación en los parlamentos de los disntintos países, de manera que su voz se oficialice y sus proclamas se plasmen en papel, leyes y acciones de los gobiernos, respaldadas por la voz popular. Para ello se encuentran con un gran problema: las garras de la bestia capitalista son tremendamente afiladas, está bien alimentada, mientras que estos grupos viven en la anorexia y en la falta de medios, propiciando una batalla desigual, como la de David contra mil Goliats.
Algún día llegará el apocalipsis del capitalismo, propiciado por una gran crisis, no necesariamente económica. Pero ese cambio brusco, como todos los cambios radicales, será dramático y está por ver cómo quedará el orden de las cosas.
Los cambios tienen que venir porque la gente ya no es lo que era.
ResponderEliminarBicos.
Es cuestión de tiempo. Qué vaya bien la semana!
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