Desde siempre John
había sido un genio de las matemáticas, o para simplificar, simplemente
un genio, pero en las matemáticas destacaba especialmente. Era el mayor de
todos los hermanos y clarísimamente el ojito derecho de su madre, el preferido,
el que se llevaba siempre los caramelos cuando aquellos escaseaban o los
mejores juguetes.
Su madre no se explicaba cómo podía haber llegado a esa
situación. John no tenía una
personalidad maligna o que tendiese al mal, jamás había tenido un
comportamiento cruel con otras personas o seres, nada que llamase la atención o
que pudiese resultar preocupante para una madre. Más al contrario, su carácter
era más dado a las buenas acciones e incluso a la ingenuidad, no a la malicia.
Por eso, ella no se acaba de creer que su hijo estuviese en ese momento entre
rejas en la prisión de máxima seguridad del país, acusado de conspiración
contra el gobierno y de un intento de genocidio en masa.
Se le consideraba el inventor de una máquina de ultrasonidos
capaz de emitir en una radiofrecuencia tan alta que producía la muerte en un
determinado radio de acción. De hecho, varios gobiernos se disputaban su
tecnología, pero de alguna manera el la había puesto en manos de una
organización anarquista que llevaba años intentando tumbar al gobierno. La pena
había sido en primer lugar de ejecución sin paliativos, pero había sido
conmutada a cadena perpetua por sus grandes contribuciones científicas en favor
de la sociedad durante muchos años, como la máquina del tiempo, el flujo de
partículas que permitía curar enfermedades terribles como el cáncer o la
mencionada tecnología de ultrasonidos, que bien aplicada podía reportar grandes
beneficios a la humanidad.
No le cabía duda de que su talentoso hijo había sido
engañado de alguna manera por una organización sin escrúpulos, el jamás se
habría metido en esos turbios asuntos. Y ahora que se había descubierto toda la
trama, su hijo había sido el primero en caer en las redes de la justicia,
designado como el cerebro de la operación.
Se lamentaba por momentos de que su hijo llevase en su
genética las habilidades y capacidades que le habían convertido en uno de los
mayores genios de la todos los tiempos. Si su adorable hijo hubiera tenido un
coeficiente de inteligencia como el de cualquier niño de vecino nada de esto
hubiera pasado y ahora su John estaría ganándose la vida como profesor,
economista o camarero en un restuarante de postín. Sin embargo, la realidad era
muy distinta y su hijo se encontraba a la sombra y totalmente aislado del mundo
exterior, como un feroz criminal, como un depredador que debe ser apartado de todo
contacto con el hombre, él, que nunca había hecho daño a nadie.
A medida que pasaban los meses, la ansiedad de la madre había
ido en aumento. Había movilizado todos sus contactos, sus amistades, y todos
sus recursos, pero todo esfuerzo había sido en vano. Sus otros hijos le daban
todo su cariño y trataban de consolarla, pero ella seguía notando un vacío
dentro que nada conseguía llenar, como si por algún lugar de su cuerpo hubiese
una fuga de energía, como una colchoneta que pierde aire y se va achicando cada
vez más.
Había estado madurando la idea, la única posibilidad que creía capaz de cambiar la realidad. La idea había surgido de otro genio, un
catedrático de universidad, compañero de estudios de John durante la carrera y
gran amigo suyo, pues a lo largo de los años habían mantenido el contacto e
incluso habían colaborado en diversos proyectos. De hecho, el propio Marcus,
así se llamaba, había estado encausado en la trama anárquica, aunque finalmente
había sido absuelto de todos los cargos.
La estrategia sugerida consistía en utilizar la máquina del
tiempo creada por su hijo para viajar al pasado y alterar el código de ADN de John, de
forma que se minorasen sus cualidades científicas o matemáticas, es decir, que
conscientemente rebajase su coeficiente de inteligencia, que truncase su
carrera científica, de modo que su hijo se conviertiese en un personaje
anónimo, en un cuidadano más del país, y eludiese de esa forma la banda de
anarquistas y la cárcel.
Claro, que los efectos colaterales de esa estrategia podían
ser enormes e incluso superar todo tipo de espectativas o de control lógico. La
vida misma de la madre y sus otros hijos corrían peligro. Era posible que una
vez alterado el pasado ella ya no tuviese más hijos, que se divorciase
o que se metiera a monja, ninguna posibilidad era descartable. Pero sobre todo,
sabía que ponía en juego su vida entera, su felicidad vivida, la de toda una
existencia que había sido satisfactoria y que, de no mediar las circunstancias
del momento, jamás habría cambiado por otra.
Pero la realidad tozuda era esa, o dejar que su hijo se
pudriera en la cárcel o viajar al pasado e intentar cambiar su trayectoria, a escondidas
del mismo, sabía sobre seguro que él nunca aprobaría esa decisión, estaba
orgulloso de lo que era, de lo que había logrado y de la familia que tenía y
John jamás renunciaría a eso a cambio de su libertad. Por su parte, los hermanos
habían dado su visto bueno, pasase lo que pasase, ellos seguirían existiendo en
alguna dimensión, en otro mundo o realidad paralela, o seguirían vivos en éste, le habían asegurado.
Esa fue la parte más complicada de asumir por parte de ella.
Saber que quizás a su regreso al futuro no sólo encontraría a su hijo
encarcelado sino también que ya no le quedarían más hijos. Pero el amor que sentía
por él y el apoyo de toda la familia le hizo decidirse, algo en su interior le
decía que estaba haciendo lo correcto.
El día que se introdujo en la máquina toda estaba
perfectamente estudiado. Sabía con quién debía hablar y qué hacer para que la
cadena genética se alterase convenientemente. Sin embargo, el día que se metió en la máquina
para regresar al presente, cumplida su misión, se sentía tan aterrada que le
costaba articular palabra. En cuestión de segundos sabría lo que sería de
su vida y la de los que amaba.
Volvió al mismo segundo, del mismo minuto, del mismo año,
del mismo siglo del que había partido. Al abrir la puerta de la máquina
centrifugadora temporal, un coro de rostros sonrientes le recibió como a un recién
diplomado. Le abrazaron, le besaron, le acariciaron, pero ella seguía buscando
a su favorito con la mirada extrávica y no lo veía por ninguna parte.
- Y...John? Sigue en...?
- No, está en la panadería
- En la panadería? Pero...
- Es panadero, tiene trabajo hasta bien entrada la
tarde.
Dedicado a mi madre, la mejor del mundo.
Seguro que se siente muy orgullosa...
ResponderEliminarA estas alturas la pobre ya tiene asumido a un disparate como yo, no sé como lo hace, lo cual le da más mérito aún
Eliminarmuy emotivo, pues sí, nuestra madre y cómo es ella de buena, da para hacer muchos relatos.
ResponderEliminarInfinitos, aunque ninguno le haría justicia del todo
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