Viena es una ciudad hermosa, llena de nobleza y encanto,
aristocracia, siglos de historia en cada piedra y en cada rincón. Una de esas
ciudades que uno reconoce como diferente o especial en cuanto pone un pie en
ella, especialmente si se trata de alguién con unas maletas tan parcheadas como
las mías. No, no me entiendan mal. Soy joven, de nacionalidad americana y al
mismo tiempo uno de los hombres más ricos de la tierra, o al menos lo seré algún
día, cuando herede lo que me corresponde como hijo único. Un imperio, económicamente
tan grande como lo es o ha sido Austria. Pienso que incluso podría comprarme
toda esta ciudad, toda ella, sin dejar una sola esquina libre o ajena a mi poder. Pero
perdería encanto, y es mucho más atractivo tratar de poseer aquello que no es
tuyo, aunque sea temporalmente, que disfrutar de algo que ya das por seguro, si
no que se lo pregunten a tantos y tantos los matrimonios que fracasan cada día.
Así que, efectivamente, soy rico, más de lo que pueda
contar, al menos en público, en estos tiempos, hay que ser prudente, la
mezquindad, la miseria, la necesidad y la envidia anidan en el corazón de los
hombres como las ratas en los lugares templados, y los callejones de Viena,
como los de cualquier gran ciudad, europea o americana , no son nada seguros en
los albores del nuevo siglo XIX. Hay que ser prudente, sin duda, aunque
reconozco que me cuesta. Un joven de mi posición y de mi porte no pasa
desapercibido ni para los que tienen una estatus social considerable ni para la chusma que
estaría dispuesta a adularte o asesinarte por un centavo. Aprecio demasiado mi
cabeza como para ponerla en peligro tontamente, aunque reconozco que a veces me dejo llevar por las emociones.
Las mujeres y el alcohol son mi perdición, a fuer de ser
sincero. Pero para qué hombre no lo son? Para un castrato, en todo caso, o un
invertido, no es mi caso. Soy hombre y reconozco en las mujeres el mayor placer
del universo. Además, como decía, modestia aparte, mi atractivo físico
combinado con la seguridad que me da mi posición económica me hacen
irresistible, lo sé, y esa es, de hecho, la mayor ventaja con la que cuento en
el juego del amor. Soy un mujeriego, sí,
y eso combinado con mi afición al alcohol puede resultar un cóctel bastante
explosivo, como he tenido ocasión de comprobar en más de una ocasión.
Viena es una ciudad que te lo ofrece todo. Cultura, arte,
gastronomía y, cómo no, bellas mujeres, con una actividad nocturna propia de
las grandes urbes. Jamás me podría acostumbrar a la vida en el campo, soy un
animal social y mi deporte favorito es la caza nocturna. Un deporte que
practico asiduamente y que me atrae más cuanto más desconocido y misterioso es
el territorio que piso, como a cualquier cazador que se precie.
Así que Viena me atraía enormemente puesto que llevaba unos
diez años sin visitarla. Y la verdad es que no había cambiado tanto, las mismas
plazas, los mismos palacios, los mismos uniformes y las mismas tabernas
nocturnas en las que emborracharse y disfrutar de la buena compañía. Me gusta
cazar en solitario y hacerlo de incógnito, lo cual no quiere decir que me guste
pasar desaparcibido, todo lo contrario, el ego me puede y la sutileza y el
disimulo se desvanecen a la tercera jarra de hidromiel o de vino.
Así estaba pasando esa noche. La taberna de Mozart, así se
hacía llamar tan suculento lugar, estaba atestada de gente de ambos sexos, en
proporción casi pareja, por tanto no era difícil entablar relación con alguna
bella dama por el precio de una jarra o el gesto de una sonrisa natural como la
mía. Yo ofrecía ambas cosas, así que disfrutaba de la presencia voluptuosa de
tres jóvenes doncellas que competían entre sí por captar mi atención, más por
sus encantos naturales, ciertamente jugosos, que por su verborrea fácil y de
poco calado, pero a quién le importa eso cuando uno lleva tal coro colgado a su
alrededor? Soy buen bebedor, lo mismo que buen caballero y buen amante, así que
sé zafarme bien en el juego del coqueteo, me gusta alargar el placer de la
danza de caza mientras observo con atención lo que pasa a mi alrededor. Y eso
que la morena de rizado cabello y espigada figura hacía cada vez más difícil
esa tarea.
Lo que me tenía realmente cautivado, cosa realmente extraña,
no era la figura de una mujer, sino la de un hombre solitario. Hacía unas dos
horas que me había instalado cómodamente en mi trinchera y ese caballero ya
estaba allí, bebiendo y hablando, tal parecía, consigo mismo, sin nadie
alrededor. Era un hombre corpulento, ya entrado en años, si bien no anciano
todavía, y además no tenía mala figura. Su tez era morena, sus cabellos largos,
de un gris indefinido, con algunos mechones negros como el azabache, ojos llameantes y
al parecer duro de oído, pues hacía caso omiso de todas las chanzas que le hacían
los borrachos del lugar o de las insinuaciones de todas las féminas que no
encontraban mejor partido. Me llamaba especialmente la atención su forma de
mirar. No era en absoluto la mirada de un borracho, sé bastante acerca de eso.
Por el contrario, era una mirada alerta, inquieta, perspicaz, escrutadora.
Era..., era realmente contradictorio! Aquel tipo no hacía más que beber jarra
tras jarra, mal sabe dios cuántas llevaría encima, y sin embargo seguía
guardando la compostura, presto en su juego de detective nocturno.
Lo que acabó por decidirme fue su insistente mirada posada
sobre mí, en mis devaneos amorosos con las cortesanas de la taberna. No me
molesta que me miren. Al contrario de lo que dicen algunos necios, la mayoría
de ellos feos o con complejos, que le miren a uno es un éxito y un placer. Hablo de esas
miradas insistentes, que de forma esquiva tratan de captar detalles, poco a
poco, de nuestra persona, como pretendiendo una falta total de interés pero
reincidiendo en la trampa una y otra vez. Esas son las miradas que me gusta
atraer y de las que me siento orgulloso. Sin embargo, hasta ese punto aquel
hombre era también un misterio. Era una mirada de esas pero al mismo tiempo no
lo era. Había un algo de burla o de desdén en sus ojos que rivalizaba con la
admiración.
Muy a pesar de mis seductoras acompañantes, me levanté de mi
mesa y me dirigí hacia la esquina en que se repantigaba aquel hombre, no sin
antes prometer a mi más bella admiradora, la morena de porte gitano, que volvería
a por ella en el discurrir de la noche. Creo que me echó mal de ojo, pero ya no
podía hacer más, la curiosidad había hecho presa en mi de forma irremediable. Temía
que el hombre me rechazase, quizás estuviese demasiado borracho después de todo
o quizás fuese un grosero, es decir, un farsante como yo. Pero no había más opción
que probar.
- Me permite usted?
-Adelante - me indicó con un gesto leve de la cabeza - Ha tardado en decidirse...
- Eh...sí, bueno...
- Le entiendo, la mayoría no se hubieran acercado nunca
- A qué se refiere?
- A sus acompañantes, por supuesto, a qué si no?
- Ya, bueno
- Son las más bellas del lugar. Usted no es de por aquí verdad?
- No, la verdad es que no me...
- Por favor, hable mirándome a la cara, soy bastante duro de oído, disculpe
- Ah, sí, claro, no pasa nada. Le decía, que, que efectivamente no soy de aquí. Soy americano.
- Habla usted el alemán perfectamente, enhorabuena
- Gracias, mi padre nació aquí y más tarde nos mudamos a los Estados Unidos.
- Mmm, un gran país. Y bien, qué es lo que le ha traído a esta mesa?
- Su forma de mirarme, o de mirar a todo el mundo, me ha llamado la atención, parece usted un hombre interesante y...al mismo tiempo... fuera de lugar.
- A qué se dedica usted?
- Cómo dice?
- Cuál es su profesión!?
- Bueno, realmente...es difícil de definir, quiero decir que... no me dedico a nada en concreto. Entre usted y yo, le seré franco. Mi padre está de dinero hasta las cejas, algún día yo heredaré su fortuna y...
- Pero mientras tanto hará usted algo, no?
- Yo...
- Eso es lo que estaba observando
- Perdón? Qué quiere decir?
- Como empresario será, o sería si se decidiese a ello, un auténtico desastre, lo veo claramente
- Oiga, cómo se atreve? Pero qué se ha creído?
- Cállese cuando yo le hablo, jovencito! Como empresario usted no vale ni para ser una sanguijuela. Sin embargo, usted tiene algo. Y no me refiero a su atractivo físico, eso es evidente, ni a su dinero, eso tampoco. Tiene algo que no todos los hombres poseen.
- No entiendo a qué se refiere
- Confianza
- Bueno, no creo que...
- Sí, confianza en lo que hace, en cómo actúa, en cómo habla y gesticula. Es bueno en lo suyo, sabe ganárselas, lleva esa fuerza dentro de sí que atrae a las personas. En una palabra, tiene madera de artista.
- Se ríe usted de mi
- En absoluto. No suelo reir sin una buena causa, se lo digo de verdad
.-Perdone, pero creo que es usted un embaucador, un tipo que quiere sacarme dinero o unas jarras de cerveza. Un artista! jajaja por dios, no sea ridículo!
- Además, puedo añadir que es usted un insolente y un necio!
- Vaya, vaya, ya ha salido su verdadero yo eh?
- Váyase al infierno. Vuelva con su grupo de rameras aduladoras, estarán por ahí con algún borracho feo y desdentado pensando en usted
- Qué decepción, pensaba que sería usted un personaje interesante. Sabe? Me acerqué a su mesa, porque soy un cazador de personas, en el sentido figurado, por supuesto. Bueno, realmente, con las mujeres...En fin, que mi mente y mi corazón no se sacian nunca, necesito empaparme de otras almas, mirar a los ojos de los hombres y buscar en ellos..., algo, una respuesta, no sé a qué, pero sigo buscando... Por eso me levanté de mi mesa, pensaba que usted me podría ofrecer algo que otras personas no han sido capaces de darme hasta ahora. Pero ya veo que es solo un viejo borracho. Solitario, gruñón y... En fin, para qué seguir perdiendo el tiempo. Que disfrute usted de sus cervezas, las dos siguientes corren de mi cuenta - le dije mientras le tiraba unas monedas sobre la mesa- Al final se ha salido con la suya eh? señor...?
- Beethoven
- Qué??? jajaja...
- Ludwig van Beethoven para la gente como usted. Llévese sus monedas.