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jueves, 15 de mayo de 2014

Última voluntad

La gente del pueblo llevaba tiempo  murmurando y haciendo especulaciones porque cada vez se le veía menos en público.  Y ciertamente cada vez salía menos de casa. Había comentarios de todos los tipos, desde los que decían que había caído profundamente enfermo, hasta los que argumentaban que se estaba preparando para irse lejos, para hacer un largo viaje a algún apartado país. Incluso los había que imaginaban que había encontrado un tesoro y que por eso no salía de casa, pues se quedaba día y noche custodiándolo. Aunque la naturaleza del tesoro también era un tema de debate, era un asunto de más enjundia. Algunos se decantaban por lo más material, metales preciosos, joyas y ese tipo de cosas, eso explicaría porque el viejo marinero habría aparcado su barca definitivamente y ya no salía a faenar.

Otros, sin embargo, apuntaban a temas más truculentos y pasionales, como que el siempre humilde pescador tenía secuestrada en su casa a una joven doncella, a la que maltrataba y asediaba a ratos con su virilidad de hombre de mar frustrado. De hecho, jamás se le había conocido ningún amor, ni siquiera los más viejos del lugar podían recordar el verlo de la mano con alguna mujer, u hombre, decían las malas las lenguas. Siempre había sido un personaje solitario, reservado y mal conversador, que ahogaba sus  penas y sus ácidos silencios en alcohol y miradas perdidas en el horizonte, desde la ventana de la taberna el “Pirata Tuerto”, en su mesa de siempre, con su vino de siempre y en ocasiones con el único amigo que se le conocía, el farero.

El farero era otra persona igualmente anónima y extraña como el pescador. Era como si no necesitasen hablar el uno con el otro mediante palabras, sus miradas melancólicas eran suficientemente expresivas. Simplemente se sentaban el uno enfrente del otro, una botella de vino y dos vasos de por medio, a veces una baraja y unos cuantos monosílabos y exclamaciones, un cigarrillo eternamente encendido y dos semblantes serios.

El farero era el más preocupado ante la ausencia de su amigo. Hacía semanas que no se pasaba por el Pirata Tuerto y no entraba dentro de su jurisdicción y lealtad dirigirse a casa de su amigo a preguntarle qué era lo que le estaba pasando. Así que cuando recibió la nota en un sobre sucio y con olor a pescado, se sobresaltó sobremanera y enseguida supo que algo grave ocurría. Dudó por unos instantes entre abrir el sobro o lanzarlo directamente a la chimenea, pero acabó desechando esa última idea, sabiendo que la amistad forjada durante años no lo permitía.

“Necesito verte, cuanto antes”. Es lo que decía el lacónico mensaje. Su desasosiego no hizo más que aumentar exponencialmente y los nervios le impidieron seguir un segundo más sentado frente al cálido fuego. Agarrando su gabardina salió a escape hacia la casa del viejo pescador, en lo alto del acantilado.

-Gracias… por venir 
-Qué pasa?
 -Me muero – un silencio abrumador y helado se apoderó de la estancia – Por eso necesito que me prestes un último servicio, amigo.
 -Claro
 - Tu y yo nos conocemos de toda la vida, así que no necesito explicarte que nunca he creído en el amor, siempre me ha parecido un juego de ociosos. Hasta hace unos meses, cuando la conocí a ella… Estas últimas semanas he conocido de verdad el significado de vivir, gracias a esa increíble criatura. Sé que la gente habla, que dicen cosas horribles y que dirían cosas peores si esto se llegara a saber… Por eso confío en ti, para que cuando yo no esté…
 -Pero…, no entiendo
 -Mira en la bañera

 -Dios mío!

En medio de un agua oscura y pestilente, chapoteaba una mujer desnuda de medio cuerpo para arriba y fisonomía de pez de cintura para abajo. Su piel era blanquecina como la nieve, de apariencia suave, con un busto formidable, como desafiante y altivo, provocador, imposible apartar la mirada de su ostentosas curvas. El rostro era juvenil en extremo, afilado e ingenuo, enmarcado en una densa melena pelirroja perennemente húmeda, con una mirada fija, penetrante, que revelaba a la vez miedo y desconfianza, a través de unas pupilas absolutamente negras. La cola escamada era demasiado grande para la ridícula y obsoleta bañera que la albergaba, para cualquier bañera se diría, salvo quizás la de un príncipe. De forma que el extremo de la misma colgaba hacia fuera, con un goteo constante y persistente. Costaba creer que una criatura de semejante belleza y esplendor pudiese encontrarse en un sitio tan lúgubre, tan alejado de su majestuosidad.


-Cuando ya no esté quiero que te encargues de devolverla al lugar al que pertenece. Ella nunca me ha pedido nada, ni me ha negado tampoco. Como te digo, me ha dado todo el amor que nunca he tenido, así que no puedo menos que garantizar su futuro 
-Me ocuparé de ello, descuida

Y entonces el rostro de ella se bañó en lágrimas, entendiendo el lenguaje universal de la muerte y la partida de los seres que amamos, y otra vez el silencio se apoderó de la casa del pescador, mientras éste veía a través de la ventana como se alejaba su mejor amigo.

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