Otros, sin embargo, apuntaban a temas más truculentos y
pasionales, como que el siempre humilde pescador tenía secuestrada en su casa a
una joven doncella, a la que maltrataba y asediaba a ratos con su virilidad de
hombre de mar frustrado. De hecho, jamás se le había conocido ningún amor, ni
siquiera los más viejos del lugar podían recordar el verlo de la mano con
alguna mujer, u hombre, decían las malas las lenguas. Siempre había sido un
personaje solitario, reservado y mal conversador, que ahogaba sus penas y sus ácidos silencios en alcohol y
miradas perdidas en el horizonte, desde la ventana de la taberna el “Pirata
Tuerto”, en su mesa de siempre, con su vino de siempre y en ocasiones con el
único amigo que se le conocía, el farero.
El farero era otra persona igualmente anónima y extraña como
el pescador. Era como si no necesitasen hablar el uno con el otro mediante
palabras, sus miradas melancólicas eran suficientemente expresivas. Simplemente
se sentaban el uno enfrente del otro, una botella de vino y dos vasos de por
medio, a veces una baraja y unos cuantos monosílabos y exclamaciones, un
cigarrillo eternamente encendido y dos semblantes serios.
El farero era el más preocupado ante la ausencia de su
amigo. Hacía semanas que no se pasaba por el Pirata Tuerto y no entraba dentro
de su jurisdicción y lealtad dirigirse a casa de su amigo a preguntarle qué era
lo que le estaba pasando. Así que cuando recibió la nota en un sobre sucio y
con olor a pescado, se sobresaltó sobremanera y enseguida supo que algo grave
ocurría. Dudó por unos instantes entre abrir el sobro o lanzarlo directamente a
la chimenea, pero acabó desechando esa última idea, sabiendo que la amistad
forjada durante años no lo permitía.
“Necesito verte, cuanto antes”. Es lo que decía el lacónico
mensaje. Su desasosiego no hizo más que aumentar exponencialmente y los nervios
le impidieron seguir un segundo más sentado frente al cálido fuego. Agarrando
su gabardina salió a escape hacia la casa del viejo pescador, en lo alto del
acantilado.
-Gracias… por venir
-Qué pasa?
En medio de un agua oscura y pestilente, chapoteaba una
mujer desnuda de medio cuerpo para arriba y fisonomía de pez de cintura para
abajo. Su piel era blanquecina como la nieve, de apariencia suave, con un busto
formidable, como desafiante y altivo, provocador, imposible apartar la mirada
de su ostentosas curvas. El rostro era juvenil en extremo, afilado e ingenuo,
enmarcado en una densa melena pelirroja perennemente húmeda, con una mirada
fija, penetrante, que revelaba a la vez miedo y desconfianza, a través de unas
pupilas absolutamente negras. La cola escamada era demasiado grande para la
ridícula y obsoleta bañera que la albergaba, para cualquier bañera se diría,
salvo quizás la de un príncipe. De forma que el extremo de la misma colgaba
hacia fuera, con un goteo constante y persistente. Costaba creer que una
criatura de semejante belleza y esplendor pudiese encontrarse en un sitio tan
lúgubre, tan alejado de su majestuosidad.
-Cuando ya no esté quiero que te encargues de devolverla al
lugar al que pertenece. Ella nunca me ha pedido nada, ni me ha negado tampoco.
Como te digo, me ha dado todo el amor que nunca he tenido, así que no puedo
menos que garantizar su futuro
-Me ocuparé de ello, descuida
Y entonces el rostro de ella se bañó en lágrimas, entendiendo
el lenguaje universal de la muerte y la partida de los seres que amamos, y otra
vez el silencio se apoderó de la casa del pescador, mientras éste veía a través
de la ventana como se alejaba su mejor amigo.
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