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miércoles, 13 de agosto de 2014

Lauren Bacall



Si hubiese que definir la elegancia lo más preciso sería... decir Lauren Bacall. 

Recuerdo que me impresionó la primera vez que la vi en una peli de esas de blanco y negro, de aquellas que quizás las nuevas generaciones de ahora ni sospechan que existieron alguna vez. No me acuerdo del título, pero da igual, sé que iba de gangsters o cosas del mundo del hampa, cine negro con mayúsculas. Aparecía un señor que se llamaba Humpry Bogart, claro, un caballero que parecía llenar toda la pantalla… hasta que aparecía en escena Lauren Bacall y entonces era como si se produjese un eclipse de sol que cayese justo encima del pobre Bogart y yo ya sólo tenía ojos para la Bacall. 


Su forma de moverse, su pelo ondulado y claro, que se adivinaba rubio a través del blanco y negro del monitor de televisión, pero sobre todo esa mirada que parecía estar diciendo: sé perfectamente lo que piensas, baby, y no, no podrás resistirte O quizás, estoy fuera de tu alcance, pequeño, soy una Diosa.


Los años pasan para todos, oh sí, también pasaron para Lauren Bacall, pero hay quien los lleva mejor y quien no los lleva. Bacall era de aquel tipo de personas que compensan las arrugas con un poso de misterio, dignidad, belleza y, lo más importante, un saber estar al alcance de muy pocos. 


Bacall era de esas personas que te hacen creer que la vejez no puede ser tan mala, una estrella que emitía siempre una luz de esperanza y que ahora está arriba, en el firmamento, para toda la eternidad. 

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