El escenario político en España no deja lugar a dudas. Como
se diría en el argot futbolístico, el partido está más abierto que nunca. Es
cierto que la izquierda está más disgregada que en ningún otro momento de la
democracia, con el ascenso de partidos de reciente fundación a los que se tilda
de populistas porque no tienen casi programa electoral, pero que sí están más cerca
de la ciudadanía. El PP nada en su mar de votos, un mar menos revuelto que el
de la izquierda, pero con marejadilla en estos momentos, pues sí bien hay un
amplio número de votos cautivos, de esos que seguirían votando al partido
aunque el caudillo militase en sus filas, existen también aquellos situados más
al centro y que una veces votan a la izquierda y otras ni votan. Hay que pescar
en todas las aguas, porque el PP está, como de costumbre, más sólo que la una y
no tienen ningún tipo de apoyo al margen de sus propios escaños, quizás en una
cierta coyuntura el de los mercaderes de CIU.
Por eso no sorprende que Gallardón dejé su cargo y su escaño
y que nadie en el partido se rasgue las vestiduras. Todo es paz y amor, de
puertas afuera, claro, esa es la imagen que se quiere proyectar. Pero la
realidad no es de color blanco ni negro. Dentro del partido y fuera de él,
Gallardón tenía apoyos, gente de mentalidad obsoleta que pensaba como él,
instituciones obsoletas, como la Iglesia, que veían en él su caballero blanco,
además de una parte casposa del electorado de este país. Toda esa gente se ha
visto traicionada por el gesto del gobierno que ha cedido a la presión social y
veremos si este gesto de cara a la galería, no por convicción sino por el poder
del futuro voto, tiene su repercusión positiva o negativa sobre los potenciales
votantes del PP en próximos comicios.
Me alegro de que la absurda ley se haya derogado, sin duda.
Pero al mismo tiempo a uno le surge la duda de qué catadura moral o ética
tienen los políticos de este país que derogan o aprueban leyes en función de
cómo les vaya la partida y no por una cuestión de principios o de filosofía,
como debiera ser lo normal. Gallardón deja la política, aparentemente, en un
gesto que no le dignifica de todas las tropleías y su soberbia pasadas, lejos
quedan los tiempos en que este señor era visto como un posible candidato a la
presidencia del gobierno. Lo suyo parece más la pataleta de un niño al que le
han arrebatado su juguete favorito. No se ha retirado, como se diría en Japón, en
un gesto de shibumi, algo así como de
humildad sabia. Que va, eso sería algo tan raro en la arena política de España
como que las ovejas volasen. Gallardón se ha ido conforme a lo que cabría
esperar de una persona autoritaria, egocéntrica y con unas ansias de poder
desmedidas. Con su portazo, el PP queda sumido en una situación de gran tensión
que ya veremos como se libera, al tiempo que representantes de la justicia y
muchos ciudadanos respiramos aliviados al ver a este señor propio de tiempos más
negros alejarse de la vida pública. Eso sí, el papelón del señor Rajoy es también
de premio, su credibilidad al borde del abismo...
bye bye gallardón, la santa inquisición dejó ya de estar de moda.
ResponderEliminarLa gracia en este asunto, es cómo rajoy silba y mira para otro lado. Es lo que lleva haciendo toda su vida, dejar que se caigan los demás, y el impoluto.
Rajoy es un artista del alambre, pero el día que se caiga ni dios se acordará de él, porque es un político insignificante.
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