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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Gallardón arroja la toalla

La historia de Gallardón y su chapuza con el tema del aborto, un engendro legislativo antidiluviano que ni siquiera la mayoría absoluta del PP ha conseguido sacar adelante, es, una vez más, la historia de la política y los políticos de este país, y de muchos otros seguramente. El objetivo está claro: mantenerse en el poder. Los medios no importan, el fin sí. De esta manera, una ley que en su planteamiento era aceptable para el partido, basada en su programa electoral, y a la que el propio exministro le había puesto plazo de tramitación (antes de que acabase el verano) se ha convertido en un volantazo más del PP, todo, como digo, con tal de aferrarse a los escaños y a la mayoría absoluta.

El escenario político en España no deja lugar a dudas. Como se diría en el argot futbolístico, el partido está más abierto que nunca. Es cierto que la izquierda está más disgregada que en ningún otro momento de la democracia, con el ascenso de partidos de reciente fundación a los que se tilda de populistas porque no tienen casi programa electoral, pero que sí están más cerca de la ciudadanía. El PP nada en su mar de votos, un mar menos revuelto que el de la izquierda, pero con marejadilla en estos momentos, pues sí bien hay un amplio número de votos cautivos, de esos que seguirían votando al partido aunque el caudillo militase en sus filas, existen también aquellos situados más al centro y que una veces votan a la izquierda y otras ni votan. Hay que pescar en todas las aguas, porque el PP está, como de costumbre, más sólo que la una y no tienen ningún tipo de apoyo al margen de sus propios escaños, quizás en una cierta coyuntura el de los mercaderes de CIU.

Por eso no sorprende que Gallardón dejé su cargo y su escaño y que nadie en el partido se rasgue las vestiduras. Todo es paz y amor, de puertas afuera, claro, esa es la imagen que se quiere proyectar. Pero la realidad no es de color blanco ni negro. Dentro del partido y fuera de él, Gallardón tenía apoyos, gente de mentalidad obsoleta que pensaba como él, instituciones obsoletas, como la Iglesia, que veían en él su caballero blanco, además de una parte casposa del electorado de este país. Toda esa gente se ha visto traicionada por el gesto del gobierno que ha cedido a la presión social y veremos si este gesto de cara a la galería, no por convicción sino por el poder del futuro voto, tiene su repercusión positiva o negativa sobre los potenciales votantes del PP en próximos comicios.

Me alegro de que la absurda ley se haya derogado, sin duda. Pero al mismo tiempo a uno le surge la duda de qué catadura moral o ética tienen los políticos de este país que derogan o aprueban leyes en función de cómo les vaya la partida y no por una cuestión de principios o de filosofía, como debiera ser lo normal. Gallardón deja la política, aparentemente, en un gesto que no le dignifica de todas las tropleías y su soberbia pasadas, lejos quedan los tiempos en que este señor era visto como un posible candidato a la presidencia del gobierno. Lo suyo parece más la pataleta de un niño al que le han arrebatado su juguete favorito. No se ha retirado, como se diría en Japón, en un gesto de shibumi, algo así como de humildad sabia. Que va, eso sería algo tan raro en la arena política de España como que las ovejas volasen. Gallardón se ha ido conforme a lo que cabría esperar de una persona autoritaria, egocéntrica y con unas ansias de poder desmedidas. Con su portazo, el PP queda sumido en una situación de gran tensión que ya veremos como se libera, al tiempo que representantes de la justicia y muchos ciudadanos respiramos aliviados al ver a este señor propio de tiempos más negros alejarse de la vida pública. Eso sí, el papelón del señor Rajoy es también de premio, su credibilidad al borde del abismo...

2 comentarios:

  1. bye bye gallardón, la santa inquisición dejó ya de estar de moda.
    La gracia en este asunto, es cómo rajoy silba y mira para otro lado. Es lo que lleva haciendo toda su vida, dejar que se caigan los demás, y el impoluto.

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  2. Rajoy es un artista del alambre, pero el día que se caiga ni dios se acordará de él, porque es un político insignificante.

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