Y ella no era una excepción, de hecho quizás porque le
gustase más que otras mujeres que habían pasado antes por su vida, extremaba
mucho más las precauciones en este caso, indagando sutilmente, afianzando cada
paso, estudiando el terreno. Mientras
cambiaba de marcha y reducía o aumentaba la velocidad según la proximidad del
vehículo que le precedía, iba reproduciendo en su mente las palabras
intercambiadas en el reciente encuentro. Ella había dejado entrever que estaba
interesado en él, o al menos eso era lo que él interpretaba o deducía de sus
palabras, siempre enigmáticas y sujetas a interpretación. De hecho, a veces
llegaba a pensar que todo eran imaginaciones suyas y que realmente ella no tenía
más interés en él que el que pueda tener un ávido lector en acabar un libro y empezar uno nuevo. Pero
luego recordaba que ya llevaban meses viéndose y eso, suponía, debería
significar algo.
Piso mecánicamente el freno cuando las luces del turismo
delante suyo se encendieron, en un íntegro acto reflejo de supervivencia,
mientras su mente seguía evaluando los pros y los contras. Claro que también
podría suceder justo lo contrario, es decir, que ella estuviese soltando
indirectas y ante la pasividad o la aparente falta de interés que él demostraba
en llevar las cosas más allá, se acabase marchando y dándole con la puerta en
las narices sin ni quiera saborear un caramelo. Volvió a acelerar al ver que el
de delante le ganaba terreno. Y aunque ella no lo supiese, realmente no podía
recordar la última vez que había sentido algo así por una mujer. No había sido
una pasión explosiva. Al contrario, se parecía más a ese tipo de caldos que se
preparan despacio, poniendo todo el esmero para que el resultado final sea el
mejor, y que por eso mismo son los que más se disfrutan. Y así había ido
anotando y acumulando puntos positivos en su favor, hasta que, ahora se daba
cuenta, había caído totalmente en sus redes. Tenía que admitirlo, lo demás sería
solamente obviar lo evidente.
Detuvo el coche ante el semáforo. De lo que no estaba tan
seguro es que ella fuese capaz de discernir la pasión que el sentía, acumulada
durante tanto tiempo. Quizás confundiese su cautela con pasotismo, dejadez o
con el hecho de que él tenía otras amigas a las que recurrir sin necesidad de
comprometerse seriamente. La luz se puso en verde, introdujo la primera marcha
y retomó el camino hacia su casa. Su madre ya se lo había advertido con la
practicidad que adoptan las madres cuando es el futuro de sus hijos lo que está
en juego: te quedarás para vestir santos como no te espabiles, no te creas que
esa cara bonita te va a durar para siempre, cuando te empiecen a salir las arrugas
y a caer el pelo a puñados será ya demasiado tarde para ti, al menos para
echarle la caña a una chica tan estupenda como esa, tendrás que conformarte
con lo primero que te aparezca por la puerta, hijo mío.
Un bocinazo a su izquierda. El tráfico se espesaba, igual
que sus pensamientos a medida que le daba más y más vueltas al asunto. Pero,
por más que le fastidiase reconocerlo, su madre esta vez tenía más razón que un dios griego. Nunca había permitido que su vida privada trascendiese más allá de
cierto límite, tanto en el seno de su familia como de sus amigos, formaba parte
de su código ético, lo de cada uno se queda dentro de cada uno. El vehículo de
atrás parecía hacerle luces, aunque él no le dio más importancia que al vuelo
de una mosca. Ser tan indenpendiente tenía sus ventajas e inconvenientes, pero
era en momentos de incertidumbre como ese en el que se lamentaba un poco de no
contar con otros puntos de vista. La noche caía ya como un manto espeso, así
que sin darse cuenta encendió las luces del coche, mientras seguía su camino a
casa por la carrtera habitual.
Habían quedado en verse nuevamente en un par de días. Él había
puesto alguna traba al principio, aludiendo exceso de trabajo y poco tiempo, lo
cual era totalmente cierto, pero ante su insistencia acabó por claudicar. Y la
verdad es que se sentía feliz de haberlo hecho. Se acababan de separar y ya la
echaba de menos. Ya había estado enamorado otras veces a lo largo de su vida,
unas más que otras, incluso a veces dudaba de que lo hubiera estado realmente alguna vez y
que sus relaciones no fuesen más que un navegar por las emociones con el piloto
automático puesto, como estaba haciendo ahora en el coche de regreso a casa. Pero
esta vez sentía que algo era diferente, algo empezaba a calarle muy hondo y
quizás...
Y entonces dejó de conducir de memoria como había venido
haciendo desde que se despedieran. Lo que le indujo a ello fue la soledad de la
carretera. Aquella era una carretera de gran tránsito a esas horas, en las que
mucha gente iba de regreso a sus casas después de una extensa y agotadora
jornada. A esa hora no era para nada normal que no se vislumbrase ningún otro
vehículo, ni delante suyo ni en su espejo retrovisor. Creía recordar que, a
pesar del estado de semiinconsciencia en que iba conduciendo, hace un momento
estaba rodeado de otros coches y que incluso alguno le hacía luces o le trataba
de meter prisa a base de bocinazos. Cómo era posible que de repente él fuese el
único circulando por esa calzada, la arteria principal de salida de la gran
ciudad? Definitivamente, no era normal.
Empezó a sentir cierto desasosiego, como una especie de
angustia o incluso claustrofobia. Trató de paliar aquel insensanto sentimiento
poniendo en marcha la radio, las noticias le distraerían de tan ridículos
pensamientos. Sin embargo, aquello no hizo más que alterar su estado de
conciencia. La radio no era capaz de sintonizar ninguna emisora, algo realmente
inaudito y que nunca le había pasado en aquel trayecto en el que una extensa
llanura lo dominaba todo y apenas se veía un peñasco en el horizonte. También percibió
que la oscuridad era total, quizás fuese más consecuencia de su aprensión que
de otra cosa, pero sentía como si la luna y las estrellas hubiesen dejado de
existir, el firmamento aparecía negro como boca de lobo y las luces del coche
no eran capaces de ilimunar más allá de diez metros, por lo que pronto se vio
minorando la velocidad a unos 40 ridículos kilómetros por hora, algo impensable
en una calzada con buen firme y largas rectas en la que el límite se situaba en
los 100 kms/hora.
La tensión lejos de aflojar seguía atenazándole, y llegó a
temer que pudise perder el control del vehículo, así que decidió escorarse
hacia la cuneta y salir a tomar un poco de aire fresco. Apenas había empezado a
inspirar con hondas bocanadas cuando divisó a lo lejos en el cielo dos puntos
de luz que corrían simétricos, de forma paralela. Corrían literalmente, porque
parecían no seguir un rumbo fijo, como hubiese sido normal en una aeronave. De nuevo,
percibió que eran aquellas las únicas luces que se podían ver a simple vista en
todo derredor, ni siquiera una simple farola, alguna casa o algún coche que
pasase por su lado... La quietud era total, justo lo contrario del nerviosismo
que le dominaba. Sintió como su corazón se aceleraba al tiempo que las bolas de
luz se aproximaban a gran velocidad y las luces de su coche se extinguieron, el
motor dejó de funcionar y todo fue silencio, un silencio tan espeso como la
negrura que le circundaba.
Quizás, más como un posible refugio que con la esperanza de
salir de allí, se introdujo en el coche y trató de ponerlo de nuevo en marcha. Pero la
batería parecía totalmente fundida y no daba la más mínima chispa. Desistió. Volvió
a salir del coche. Y entonces sintió como se le descolgaba la mandíbula, tal
que si una mano invisible tirase de ella con un cordelito hacia abajo. Justo encima
suyo se encontraban dos cosas de forma redondeada y que desprendían una potentísima
luz que iluminaba en una amplia circunferencia como si fuese de día. No podía
apartar la vista, su cuerpo no respondía, se había convertido en una estatua
viviente. En cuestión de segundos, las supuestas aeronaves, la palabra ovni le
vino a la mente, se posaron en tierra con un zumbido magnético. Inmediatamente,
desde una de ellas se proyectó un potente haz de luz verdoso que iba ganando
terreno lentamente hacia él. Sintió ganas de gritar, de salir corriendo, de vomitar,
incluso de llorar, pero era como si su cuerpo o su cerebro, más sabio que él
mismo, se negase a obecerle esperando acontecimientos. El corazón le latía con
fuerza, cada vez más rápido, y creía que estaba a punto de estallarle cuando la
luz verde comenzó a lamer la punta de sus zapatos.
En pocos segundos, todo su ser estuvo bañado por ese flujo
lumínico verdoso. Su sorpresa en ese momento fue mayúscula. Ya no sentía el
pavor que le había paralizado segundos antes. Al contrario, podía sentir como
le invadía una paz infinita, como nunca había conocido, incluso se daba cuenta
que su mente crecía a pasos agigantados, como si se abriesen nuevas puertas y
ventanas y un torrente de nuevas ideas y conocimientos penetrase en él. No se daba cuenta de cuánto tiempo llevaba en
ese estado, bañado por aquel haz benéfico, pero sí sabía a ciencia cierta que
le había dado tiempo a repasar toda su existencia, desde su nacimiento hasta el
momento presente. Revivió súbitamente todos los errores y sandeces que
había cometido a lo largo de su vida, todas sus omisiones y su pérdida de
tiempo, también los errores de los demás. Y de repente lo sintió, el impulso
a acercarse, a fusionarse, a adentrarse en aquel universo desconocido que le
ofrecían los dos extraños objetos. No había palabras, sólo luz, pero en su mente
la idea era clara: ENTRA!!
Con una seguridad absoluta, como nunca había sentido en su
vida, encaminó sus pasos lentamente hacia aquellas máquinas. Ya bajo el umbral
de entrada, como si su condición más humana se aferrase aún a su vida más terrenal
y rutinaria, le vino de nuevo a la mente el encuentro que había tenido hacía
escasos minutos con la mujer de la que creía estar enamorado. Le asaltó la
duda, mientras la luz verde bañaba pacientemente su rostro. Finalmente, tuvo
que admitir que de nuevo estaba equivocado y que aquel no sería el amor de su
vida.
buen texto vpower, Iker Jimenez te lo compraría cómo carta de presentación. Ya te estás acercando a las 100000 visitas, abrá que celebrarlo.
ResponderEliminarEstoy intentando colárselo a Iker pero dice que tiene un presupuesto muy ajustado para esta temporada y no me da lo suficiente, y eso que lo sigo religiosamente todas las semanas.
ResponderEliminarCuando llegue a las 100.000, a pizzerias y ya casi me puedo codear contigo...jajajaja
Siempre está ese momento en el que abres los ojos y te das cuenta de cosas que antes no veías, por lo que me quedo con está parte:
ResponderEliminarRevivió súbitamente todos los errores y sandeces que había cometido a lo largo de su vida, todas sus omisiones y su pérdida de tiempo, también los errores de los demás.
Nota: hay algo en este texto que me recuerda a alguien ;)
el problema es si no abres los ojos, o ya es demasiado tarde, somos humanos y tropezamos más que hablamos, por lo menos yo sñi
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