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lunes, 6 de octubre de 2014

Caminos

Conducía el vehículo con el piloto automático puesto, pensando en la cita que había tenido hacía escasamente una hora, tomando las curvas sin pensar, con velocidad uniforme y una sonrisa dibujada en la cara. Llevaban meses viéndose, conociéndose, la cosa iba despacio, pero él no podía evitarlo , era su forma de ser, formaba parte de su código genético el realizar el análisis completo de una persona antes de dar un paso más y otorgarle su confianza, abriéndole las puertas de su corazón.

Y ella no era una excepción, de hecho quizás porque le gustase más que otras mujeres que habían pasado antes por su vida, extremaba mucho más las precauciones en este caso, indagando sutilmente, afianzando cada paso,  estudiando el terreno. Mientras cambiaba de marcha y reducía o aumentaba la velocidad según la proximidad del vehículo que le precedía, iba reproduciendo en su mente las palabras intercambiadas en el reciente encuentro. Ella había dejado entrever que estaba interesado en él, o al menos eso era lo que él interpretaba o deducía de sus palabras, siempre enigmáticas y sujetas a interpretación. De hecho, a veces llegaba a pensar que todo eran imaginaciones suyas y que realmente ella no tenía más interés en él que el que pueda tener un ávido lector en acabar un libro y empezar uno nuevo. Pero luego recordaba que ya llevaban meses viéndose y eso, suponía, debería significar algo.

Piso mecánicamente el freno cuando las luces del turismo delante suyo se encendieron, en un íntegro acto reflejo de supervivencia, mientras su mente seguía evaluando los pros y los contras. Claro que también podría suceder justo lo contrario, es decir, que ella estuviese soltando indirectas y ante la pasividad o la aparente falta de interés que él demostraba en llevar las cosas más allá, se acabase marchando y dándole con la puerta en las narices sin ni quiera saborear un caramelo. Volvió a acelerar al ver que el de delante le ganaba terreno. Y aunque ella no lo supiese, realmente no podía recordar la última vez que había sentido algo así por una mujer. No había sido una pasión explosiva. Al contrario, se parecía más a ese tipo de caldos que se preparan despacio, poniendo todo el esmero para que el resultado final sea el mejor, y que por eso mismo son los que más se disfrutan. Y así había ido anotando y acumulando puntos positivos en su favor, hasta que, ahora se daba cuenta, había caído totalmente en sus redes. Tenía que admitirlo, lo demás sería solamente obviar lo evidente.

Detuvo el coche ante el semáforo. De lo que no estaba tan seguro es que ella fuese capaz de discernir la pasión que el sentía, acumulada durante tanto tiempo. Quizás confundiese su cautela con pasotismo, dejadez o con el hecho de que él tenía otras amigas a las que recurrir sin necesidad de comprometerse seriamente. La luz se puso en verde, introdujo la primera marcha y retomó el camino hacia su casa. Su madre ya se lo había advertido con la practicidad que adoptan las madres cuando es el futuro de sus hijos lo que está en juego: te quedarás para vestir santos como no te espabiles, no te creas que esa cara bonita te va a durar para siempre, cuando te empiecen a salir las arrugas y a caer el pelo a puñados será ya demasiado tarde para ti, al menos para echarle la caña a una chica tan estupenda como esa, tendrás que conformarte con lo primero que te aparezca por la puerta, hijo mío.

Un bocinazo a su izquierda. El tráfico se espesaba, igual que sus pensamientos a medida que le daba más y más vueltas al asunto. Pero, por más que le fastidiase reconocerlo, su madre esta vez tenía más razón que un dios griego. Nunca había permitido que su vida privada trascendiese más allá de cierto límite, tanto en el seno de su familia como de sus amigos, formaba parte de su código ético, lo de cada uno se queda dentro de cada uno. El vehículo de atrás parecía hacerle luces, aunque él no le dio más importancia que al vuelo de una mosca. Ser tan indenpendiente tenía sus ventajas e inconvenientes, pero era en momentos de incertidumbre como ese en el que se lamentaba un poco de no contar con otros puntos de vista. La noche caía ya como un manto espeso, así que sin darse cuenta encendió las luces del coche, mientras seguía su camino a casa por la carrtera habitual.

Habían quedado en verse nuevamente en un par de días. Él había puesto alguna traba al principio, aludiendo exceso de trabajo y poco tiempo, lo cual era totalmente cierto, pero ante su insistencia acabó por claudicar. Y la verdad es que se sentía feliz de haberlo hecho. Se acababan de separar y ya la echaba de menos. Ya había estado enamorado otras veces a lo largo de su vida, unas más que otras, incluso a veces dudaba de que lo hubiera estado realmente alguna vez y que sus relaciones no fuesen más que un navegar por las emociones con el piloto automático puesto, como estaba haciendo ahora en el coche de regreso a casa. Pero esta vez sentía que algo era diferente, algo empezaba a calarle muy hondo y quizás...


Y entonces dejó de conducir de memoria como había venido haciendo desde que se despedieran. Lo que le indujo a ello fue la soledad de la carretera. Aquella era una carretera de gran tránsito a esas horas, en las que mucha gente iba de regreso a sus casas después de una extensa y agotadora jornada. A esa hora no era para nada normal que no se vislumbrase ningún otro vehículo, ni delante suyo ni en su espejo retrovisor. Creía recordar que, a pesar del estado de semiinconsciencia en que iba conduciendo, hace un momento estaba rodeado de otros coches y que incluso alguno le hacía luces o le trataba de meter prisa a base de bocinazos. Cómo era posible que de repente él fuese el único circulando por esa calzada, la arteria principal de salida de la gran ciudad? Definitivamente, no era normal.

Empezó a sentir cierto desasosiego, como una especie de angustia o incluso claustrofobia. Trató de paliar aquel insensanto sentimiento poniendo en marcha la radio, las noticias le distraerían de tan ridículos pensamientos. Sin embargo, aquello no hizo más que alterar su estado de conciencia. La radio no era capaz de sintonizar ninguna emisora, algo realmente inaudito y que nunca le había pasado en aquel trayecto en el que una extensa llanura lo dominaba todo y apenas se veía un peñasco en el horizonte. También percibió que la oscuridad era total, quizás fuese más consecuencia de su aprensión que de otra cosa, pero sentía como si la luna y las estrellas hubiesen dejado de existir, el firmamento aparecía negro como boca de lobo y las luces del coche no eran capaces de ilimunar más allá de diez metros, por lo que pronto se vio minorando la velocidad a unos 40 ridículos kilómetros por hora, algo impensable en una calzada con buen firme y largas rectas en la que el límite se situaba en los 100 kms/hora.

La tensión lejos de aflojar seguía atenazándole, y llegó a temer que pudise perder el control del vehículo, así que decidió escorarse hacia la cuneta y salir a tomar un poco de aire fresco. Apenas había empezado a inspirar con hondas bocanadas cuando divisó a lo lejos en el cielo dos puntos de luz que corrían simétricos, de forma paralela. Corrían literalmente, porque parecían no seguir un rumbo fijo, como hubiese sido normal en una aeronave. De nuevo, percibió que eran aquellas las únicas luces que se podían ver a simple vista en todo derredor, ni siquiera una simple farola, alguna casa o algún coche que pasase por su lado... La quietud era total, justo lo contrario del nerviosismo que le dominaba. Sintió como su corazón se aceleraba al tiempo que las bolas de luz se aproximaban a gran velocidad y las luces de su coche se extinguieron, el motor dejó de funcionar y todo fue silencio, un silencio tan espeso como la negrura que le circundaba.

Quizás, más como un posible refugio que con la esperanza de salir de allí, se introdujo en el coche y trató de ponerlo de nuevo en marcha. Pero la batería parecía totalmente fundida y no daba la más mínima chispa. Desistió. Volvió a salir del coche. Y entonces sintió como se le descolgaba la mandíbula, tal que si una mano invisible tirase de ella con un cordelito hacia abajo. Justo encima suyo se encontraban dos cosas de forma redondeada y que desprendían una potentísima luz que iluminaba en una amplia circunferencia como si fuese de día. No podía apartar la vista, su cuerpo no respondía, se había convertido en una estatua viviente. En cuestión de segundos, las supuestas aeronaves, la palabra ovni le vino a la mente, se posaron en tierra con un zumbido magnético. Inmediatamente, desde una de ellas se proyectó un potente haz de luz verdoso que iba ganando terreno lentamente hacia él. Sintió ganas de gritar, de salir corriendo, de vomitar, incluso de llorar, pero era como si su cuerpo o su cerebro, más sabio que él mismo, se negase a obecerle esperando acontecimientos. El corazón le latía con fuerza, cada vez más rápido, y creía que estaba a punto de estallarle cuando la luz verde comenzó a lamer la punta de sus zapatos.

En pocos segundos, todo su ser estuvo bañado por ese flujo lumínico verdoso. Su sorpresa en ese momento fue mayúscula. Ya no sentía el pavor que le había paralizado segundos antes. Al contrario, podía sentir como le invadía una paz infinita, como nunca había conocido, incluso se daba cuenta que su mente crecía a pasos agigantados, como si se abriesen nuevas puertas y ventanas y un torrente de nuevas ideas y conocimientos penetrase en él.  No se daba cuenta de cuánto tiempo llevaba en ese estado, bañado por aquel haz benéfico, pero sí sabía a ciencia cierta que le había dado tiempo a repasar toda su existencia, desde su nacimiento hasta el momento presente. Revivió súbitamente todos los errores y sandeces que había cometido a lo largo de su vida, todas sus omisiones y su pérdida de tiempo, también los errores de los demás. Y de repente lo sintió, el impulso a acercarse, a fusionarse, a adentrarse en aquel universo desconocido que le ofrecían los dos extraños objetos. No había palabras, sólo luz, pero en su mente la idea era clara: ENTRA!!

Con una seguridad absoluta, como nunca había sentido en su vida, encaminó sus pasos lentamente hacia aquellas máquinas. Ya bajo el umbral de entrada, como si su condición más humana se aferrase aún a su vida más terrenal y rutinaria, le vino de nuevo a la mente el encuentro que había tenido hacía escasos minutos con la mujer de la que creía estar enamorado. Le asaltó la duda, mientras la luz verde bañaba pacientemente su rostro. Finalmente, tuvo que admitir que de nuevo estaba equivocado y que aquel no sería el amor de su vida. 

4 comentarios:

  1. buen texto vpower, Iker Jimenez te lo compraría cómo carta de presentación. Ya te estás acercando a las 100000 visitas, abrá que celebrarlo.

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  2. Estoy intentando colárselo a Iker pero dice que tiene un presupuesto muy ajustado para esta temporada y no me da lo suficiente, y eso que lo sigo religiosamente todas las semanas.
    Cuando llegue a las 100.000, a pizzerias y ya casi me puedo codear contigo...jajajaja

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  3. Siempre está ese momento en el que abres los ojos y te das cuenta de cosas que antes no veías, por lo que me quedo con está parte:

    Revivió súbitamente todos los errores y sandeces que había cometido a lo largo de su vida, todas sus omisiones y su pérdida de tiempo, también los errores de los demás.

    Nota: hay algo en este texto que me recuerda a alguien ;)

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  4. el problema es si no abres los ojos, o ya es demasiado tarde, somos humanos y tropezamos más que hablamos, por lo menos yo sñi

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