Cuando uno lee estos datos puede pensar dos cosas: la
primera, y más habitual, es que las cifras parezcan, lo son, tan apabullantes y
fuera de control que nos parezca una realidad ajena a nuestro mundo, o un mundo
diferente, algo que nos sobrepasa y frente a lo que no podemos hacer nada,
con lo cual lo olvidamos en 5 minutos, quizás menos. No deja de ser una actitud
de lo más humana, el instinto de supervivencia que sale a flote, cada uno mira
por su culo, el egoismo innato de todos los humanos, desde que el hombre va
sobre dos patas e incluso cuando reptábamos por el suelo y éramos medio
hombres, no es que hayamos avanzado mucho pero vaya… El egoismo es algo
genético, no se puede luchar contra ello, aunque hay quien lo lleva mejor y quien lo lleva peor, de eso no cabe duda tampoco. La otra postura frente a estas cifras es
implicarse en una campaña para cambiar y minorar esos problemas estructurales
de los países pobres. Seamos realistas, eso está al alcance de unos pocos que
tienen medios y tiempo, que se dedican a ello en exclusividad, los demás
podemos aportar nuestro granito de arena con donativos o haciendo divulgación
de esa lacerante realidad.
Uno tiene la sensación de que la pobreza existe también
desde que el hombre es hombre, y así es en verdad. La única diferencia es que
quizás ahora, en el mundo occidental, somos un poco más conscientes del nivel
de miseria, enfermedad y hambre que atenaza a ciertas partes del planeta. Somos
más conscientes de ello, aunque nuestro inconsciente, para dejarnos vivir, nos
lleva a olvidarlo sin darnos cuenta.
Cuando abrimos el grifo de nuestro baño y sale agua
inmediatamente no caemos en la cuenta de lo privilegiados que somos. El acceso a
agua potable y saneamiento adecuado es fundamental para la higiene y la salud,
tiene implicaciones en la mortalidad infantil, la salud materna, la propagación
de enfermedades infecciosas, el medio ambiente y, qué coño, la dignidad de una
persona, eso de poder asearse como es debido y sentirse limpio. Según el mismo
estudio, en los últimos 20 años 2.300 millones de personas pudieron acceder a
fuentes de agua mejoradas. Son logros innegables, pero queda tanto por hacer... El número de muertes infantiles por enfermedades diarreicas se redujo también de 1.5 millones en 1990 a 600.000 en
2012. Es decir, hace dos años todavía morían más de medio millón de niños por
enfermedades relacionados con el agua y el saneamiento. Es innegable que
todavía queda un largo camino por delante.
Además, y buscando el inevitable lado mercantilista de este
asunto, la mejora en el servicio del agua supone un ahorro en gasto sanitario
derivado de todo lo antes referido, se aumenta la productividad en el trabajo
al disminuir las bajas laborales y se genera una industria relacionada con el
abastecimiento del agua. Es decir, desde la óptica del dólar por el dólar, el
beneficio neto es claro y cristalino como el agua misma. Por qué no se invierte
entonces más en este tipo de proyectos? Pues muy posiblemente porque existan
otros más rentables o con menos riesgos, y ya se sabe que el capital es la
ramera más antigua del mundo. La iniciativa privada poco va a hacer en este
terreno y deben ser los gobiernos, los organismos multilaterales y las organizaciones sin ánimo de
lucro los que tiren del carro.
este mundo apesta, las desigualdades son brutales.
ResponderEliminarUna auténtica escombrera, sí. Y esto no es de ahora. Como especie somos absolutamente patéticos.
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