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lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Cuando llegó a su casa en el medio del bosque de aquella pequeña localidad escandinava, Santa se encontró en el buzón una carta que era diferente a las demás, no tenía adornos, ni colorines, ni dibujos, pero sí el matasellos del ministerio de hacienda. Una sombra de duda o de terror se asomó a su imaginación, jamás había tenido problemas con hacienda pero aquel franqueo le hacía sospechar que el contenido de la misiva no era precisamente una felicitación navideña. Bonita forma de empezar el día, pensó, pero en algún momento hay que abrirla, y este es tan bueno o tan malo como cualquier otro. “La delegeción del Ministerio de Haciendia en Pelotalandia le informa que en virtud de la ley56/77...blablabla… y omitiendo la jurispprudencia que sobre este asunto… blablabla… le comunicamos que su inmueble sito en Divertilendia, en medio del bosque, entre el cedro centenario y el río que fluye hacia el este, será embargada por incumplimiento de… blablabla…. Contra esta resolución podrá interponer recurso en el plazo de …. Blablabla….”.

Sus peores presagios se había cumplido, y aunque no podía dar crédito a lo que acababa de leer, la carta era tan real como las millones de ellas que llegaban por esas fechas. La mayoría eran de niños que cada año le hacían llegar su interminables peticiones de juguetes. Pero también estaban las de algunos adultos que lo hacían como un ritual propio de la época, lo mismo que se pone el árbol de Navidad, el Belén y todo eso. Luego estaban las de los graciosillos que le escribían todo tipo de tonterías o incluso le mandaban un calendario Pirelli para que adornase su chocita y se inspirase más con los regalos, que era más austero que el ministerio de hacienda, decían… Qué poco sabían aquellos de cómo se las gastaba el ministerio de hacienda! El tema era muy serio y a falta de pocas semanas para la señalada fecha era más que probable que su depósito principal cayese en manos del gobierno, junto con todos los regalos acumulados a lo largo de un año, sin duda un auténtico drama al que por el momento no le encontraba solución.

Se fue a la cocina, sorteando los paquetes envueltos en papel de ragalo con figuras de renos y selfies de Santa que se amontonaban incontablemente por el suelo. Un taza de café bien cargada le ayudaría a centrarse y pensar con claridad, aún había tiempo de plantear una estrategia y salir del atolladero, empezaba a animarse por momentos. Se miró al espejo que le habían regalado los de Ikea por prestarse en persona a promocionar sus almacenes hacía un par de años. Nunca le habían vuelto a llamar, los muy vampiros, ahora utilizaban dobles y nadie notaba la diferencia, ni siquiera le importaba a nadie. Así va el mundo pensó, cualquier día los chinos copiarán nuestra ancestral tradición y lanzarán al mercado un Santa de ojos rasgados, mucho más rápido, más eficiente, menos gordo y más barato, y las acciones de Santa Claus Sweeden Corp. se irían al traste en menos de lo que un reno tarda en aparearse en los bosques de coníferas de la nordíca Finlandia. En fin, el mundo estaba echado a perder. La imagen que le devolvió el espejo no le ayudaba precisamente a levantar la moral, cada vez tenía menos pelo y se había afeitado la barba por la urticaria galopante que le producía, el lifting sólo había contribuído a arruinar todavía más su ancestral imagen. Ahora parecía un juerguista de esos que agitaban la campanita por las calles mientras decían la memez aquella de “jojojo feliz navidad”, con voz empalagosa y cara de felicidad. No era raro que los de Ikea no le hubiesen vuelto a llamar, con esa facha no le querrían ni los del bazar de todo a cien del pueblo más cercano.

Trató de apartar de su mente  todas aquellas lúgubres elucubraciones y puso toda su atención en la tarea más inmediata y vital, preparar el café. Mientras ponía el agua a calentar, observó con consternación a través de la ventana de la cocina como los lobos diezmaban su rebaño de renos justo delante de sus narices. No se lo podía creer, incluso se atrevían a medorar por allí a plena luz del día! Dio un grito de desesperación y se dirigió al armario donde guardaba la vieja carabina que había pasado de generación en generación de Santas, de padres a hijos, durante siglos. Salió al hoatil exterior sin tiempo de pertrecharse contra el frío, lanzó la primera andanada y un reno cayó fulminado a veinte metros de donde se encontraba.

-Me cagó en…! Cabrones, yo os enseñaré a pedir las cosas, malditos bastardos! – introdujo un segundo cartucho y trató de afinar más la puntería. Se oyó una explosión, como de cosas que se rompen. Cuando despertó tumbado en la nieve y rodeado de un charco de sangre, después de media hora, su cerebro se negaba a funcionar con normalidad y trataba de recordar que es lo que había pasado. La vieja carabina, toda reventada, y los restos de su antes glorioso rebaño de renos eran toda la explicación que necesitaba. Dos falanges al lado del “Winchester” elevaban la factura del fatal acontecimiento a una cifra desorbitante, y entonces sintió la punzada de dolor y empezó a cagarse en los renos, los lobos y el ministerio de hacienda. Se pusó en pie tambaleándose y entró a trancas y barrancas en la cabaña,  buscando el lugar dónde había puesto el botiquín la última vez que lo utiliara, cuando casi se seccionó la arteria femoral tratando de arreglar el dichoso trineo.

No sabía cuánto tiempo había dormido, le parecían días, pero podía observar claramente que el día ya estaba bastante avanzado. Se dirigió a la cocina y con la mano izquierda, la que todavía conservaba toda su dignidad, se sirvió un poco del café insípido y trasnochado que había estado preparando antes de que los lobos organizasen una carnicería delante de su casa. Sentía ganas de llorar, por qué le estaba pasando todo aquello? No debería existir una ley natural que protegiese a tipos tan importantes como él? Era toda una institución, casi una ONG, y sin embargo estaba expuesto a los vaivanes de la mundanal existencia como cualquier mortal . No era justo. Sentía su ánimo desfallecer y le entraban ganas por momentos de prenderle fuego a la cabaña y emigrar a los Estados Unidos en busca de una existencia mejor, el jodido sueño americano. En ese instante, vio como el cartero se acercaba desconcertado y temeroso entre los restos de los renos y los cuervos que caían en picado sobre ellos. Ante el riesgo de que el empleado se diese la vuelta decidió salir a su encuentro.

-Buenos días, Jin
-Santa… qué ha pasado aquí? Qué es esta carnicería?
-Ya te lo contaré algún día. Tienes algo para mi?
-Te veo un poco estresado y descompuesto
-Déjate de polleces, no estoy de humor
-Bien, ahí tienes la correspondencia, no sea que me quede sin regalos estas Navidades, jeje. Por cierto, pareces más joven así sin la barbas
-Lárgate ya, no me calientes más, que no estoy de humor
-Joder, como te pones, cualquiera diría que eres el encargado de hacer felices a miles de niños...
-Si no cierras ya tu jodida bocaza todo el mundo sabrá hoy mismo lo de tu cartita pidiendo una muñeca hinchable y la colección de Playboy encuadernada en cuero
-Me gusta tu cabaña, Santa
-No es mía, es de Hacienda
-Ejem, bien creo que ya me voy 

Santa entró en casa y observó que entre la saca de cartas de colores destacaba una de textura más fina y sobrio papel. Oh Dios, otra vez nó. La giró y vio por el reverso que venía desde muy lejos, de Oriente mismamente. “Por la presente, sus Majestades le hacen saber que debido a las deudas contraídas con nuestra empresa, The Great Three Corporation, nos vemos en la obligación de acudir a los juzgados y solicitar el embargo de todos sus bienes por impago”.

Notaba como un sudor frío se le deslizaba por la sien, las piernas le flaqueaban y el muñón le empezaba a palpitar de manera salvaje. Aquellas hienas acaparadoras habían estado esperando el momento preciso para darle la estocada. Pero no se iba a rendir fácilmente, debía encontrar un modo de distribuir toda le mercancía antes de que llegasen los embargos del banco y de los Tres impresentables aquellos. La masacre de sus renos mágicos era un duro golpe a su logístíca, ensayada a lo largo de siglos y  generaciones, pero tenía que haber alguna forma, en algún sitio.


-Ya se lo he contado un montón de veces, doctor. Todos los años le suelto la misma chapa por estas fechas, no sé cómo no se aburre. Lo dejé, sí, lo dejé. No pude con la presión o se me inflaron las barbas, que quiere qué le diga, quizás yo no haya nacido para ser Santa Claus.

-Por favor, Michael, perdona no me mires así, pero es que lo de Santa no me acaba de entrar... Cuéntamelo una vez más, ya sabes, forma parte de la terapia, liberas tensiones y aunque no te des cuenta cada año te vas distanciando un poco del personaje, como si una espesa bruma empezase a disiparse. Venga sé bueno y te daré una chocolatina.

-Qué chocolatina ni que hostias! Por quién me toma? Cree que soy un perro? Maldito! Se lo contaré porque me da la gana y punto, jodido matasanos... Como ya le he contado mil millones de veces, decidí que debía cambiar de vida de una vez, quizás debiera haberlo hecho antes. Llamé a  una empresa de transportes y alquilé el trailer de mayores dimensiones que pude encontrar, tuve que empeñar mi casa en Helsinki como aval, pero por lo menos la cosa empezaba a marchar. Empecé a llenarlo, cajas y cajas, baúles repletos, contenedores de grandes dimensiones, todo con la única ayuda de una pequeña carretilla y mis cansados brazos, dado que no podía confiar en nadie. Si no podía salvar mi casa, al menos me llevaría los juguetes, en las fechas en las que estaba tenían que valer una pasta en el mercado. Mi destino todavía no estaba decidido pero al menos pondría tierra de por medio y podría establecerme como juguetero en algún otro país, del sur preferentemente, ya estaba hasta las peladas barbas de pasar frío. Nadie me iba a echar mucho de menos, y además los tres altivos aquellos de Oriente bien se podían ocupar de hacer el reparto. Los niños nunca me habían gustado demasiado, en casa del herrero… Por fin, daba el paso que tanto necesitaba en mi vida, dejaba de ser esclavo de mi pasado, de mis ancestros, y podía perseguir la existencia que durante tanto tiempo había ansiado y que el perro destino me había negado, la vida la que me haría feliz. O eso creía cuando me subí a la cabina de aquel camión.
Lo primero sería buscarme un pisito moderno en algún lugar soleado, abrirme una cuenta en facebook y en alguna página de contactos, ya estaba bien de vivir como un ermitaño, necesitaba una pareja. Pero antes tenía que pasarme por el estetecista, y el sastre, necesitaba un buen cambio de imagen. Qué le den a Santa y las chimeneas! Muchas ideas y muchos proyectos se agolpaban en mi cabeza. Eso fue hasta que tropecé con aquella pareja de locos, ahí se arruinaron todos mis planes.

-Michael, no tenías ni permiso de conduccir, ni carné de indentidad, ni siquiera un  miserable papel aduanero o de carga de las mercancías. Para la Guardia Civil española no eras más que un contrabandista de medio pelo, un aficionado, un chapucero que milagrosamente había cruzado toda Europa sin que nadie reparase en él. Lo que no contaba usted es con la eficiencia de la polícía española

-Déjese de idioteces, que efciencia ni que nada. Al llegar a Marbella, dejé el camión aparcado para comprar una cajetilla de tabaco, con tan mala suerte que bloqueé el coche del señor alcalde. Así que no me venga con polleces

-No es esa la versión que cuenta la policía, mi querido amigo. Ellos dicen que le tenían controlado ya desde Irún y que sólo le dejaban hacer para pillar también a su contacto

-Y entonces por qué no esperaron un poco más? Eh? Explíquemelo?

-Asuntos de la policía, que no nos incumben. El caso es que tu mente sigue bloqueada y mientras no superes éso te seguirás creyendo Santa Claus el resto de tus días, que ya no son muchos, por cierto. En fin, hemos acabado por hoy. Algún deseo para Navidad?

-Sí, por supuesto. Que me cambien de médico, es usted un completo inútil!! Lárguese, puerco!

El médico salió de la habitación acolchada, impasible a los improperios del viejo, que estaba bien atado por una cuerda a la argolla de la pared. Salió de la estancia y cerró la puerta tras de sí.

-Desátale y ponle la camisa de fuerza, hoy tiene uno de esos días negros en que todo le parece mal, siempre le pasa lo mismo cuando se acerca la Navidad. Pobre viejo chocho, es un caso perdido. Hoy se queda sin paseo, que se joda – dijo dirigiéndose a la enfermera – y tenga usted cuidado que es capaz de morderle

-Sí, doctor, gracias, ya me conozco todos los trucos de ese viejo loco

-Bien, hasta luego y feliz Navidad!

-Feliz Navidad, doctor, salude a su esposa de mi parte

-Lo haré

2 comentarios:

  1. tienes que dedicarte a este mundillo de la escritura vpower, hay madera, te lo dice uno que escribio ya 3 folletines- novela, y que se a leido más de 1000 novelas en su vida.
    hay creatividad, hay originalidad y eso es importante la chispa.
    Me gusta el cambio de santa claus y toda la bizarrada de ikea, los disparos, los renos, el doctor y el facebook. Muy buen cuento

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  2. Intenté que sonara bizarro a tope, anti-navidad. De todas formas, eres un adulador incansable jajajajaja

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