Los analistas coinciden en señalar el desplome del precio
del petróleo como la causa primigenia del desastre de la moneda rusa. El
petróleo es la principal fuente de entrada de divisas en el país, por lo que
una caída acumulada en su precio en los mercados internacionales forzosamente
se tiene que notar primero en su balanza comercial y, como derivada de ello, en
la balanza de pagos, por ende en las necesidades de financiación de Rusia. Si
no se generan divisas suficientes para atender los pagos internacionales, sólo
hay dos vías para cubrir ese gap: o endeudarse con el exterior o bien tirar de
las divisas acumuladas. Estas últimas van descendiendo a ojos vista, claro.
Siendo esa la causa básica de la caída en la cotización del
rublo, no nos podemos olvidar del factor Ucrania, con la tensión que ello
genera y la desconfianza hacia el futuro de Rusia y su moneda, que ya no era
una moneda refugio, pero que con mayor riesgo atrae incluso a cada vez menos
especuladores.
Los efectos de la caída en la cotización del rublo me
parece la parte más interesante de todo este tema, por sus connotaciones
socioeconómicas. Como era de esperar, los que más sufren las consecuencias de
esta situación son los propios rusos. Uno podría pensar que eso no tendría por
qué suceder si al fin y al cabo los rusos sólo usan el rublo en su país, a la
mayoría de la gente, o al menos a los que no tienen relaciones comerciales o financieras
con el exterior no les debería afectar. Pues precisamente es a los que más está
afectando, al menos en términos relativos. La caída del rublo está trayendo
consigo un proceso hiperinflacionario. Es el efecto contagio. Si el rublo se
deprecia, las importaciones, aunque ahora estén restringidas por el régimen
soviético, se encarecen o, lo que es lo mismo, las materias primas o los bienes
de consumo aumentan su precio en el mercado ruso de manera exponencial. Lo que
antes valía 10 ahora cuesta el doble. Y ese encarecimiento de productos
importados va provocando un efecto contagio hacia los productos domésticos, por
la simple ley de la codicia humana o aquello de que “cuando las barbas de tu
vecino veas cortar…”. Es quizás más pernicioso el efecto indirecto, o
sicológico, que el efecto directo que tienen la subida del precio de las
importaciones. Al final, todo suma y Rusia está sufriendo un proceso
hiperinflacionario de dimensiones catastróficas.
De nuevo, eso es relativo. Las grandes fortunas, las grandes
corporaciones, son las que menos sufren, dado que tienen diversificada su
cartera de divisas o su negocio en distintos países, con lo que pueden operar en diferentes monedas y
salvar esa contingencia. Por ejemplo, los inversores rusos en España o el resto
de Europa no dejarán de hacer inversiones porque no invierten en rublos sino
directamente en euros. O los turistas que vienen a España tienen cuentas en
dólares o en euros, porque es gente con alta capacidad adquisitiva. Ahora bien,
al ruso medio, ese que no sale del país para irse de vacaciones, sí que le
afecta de manera compulsiva la hiperinflación, dado que ve como bienes de uso
cotidiano o de primera necesidad se encarecen día a día, mientras que su
salario no se actualiza. Los comercios son los primeros en reaccionar, los
salarios siempre van a rebufo, y en todo caso es una espiral que sólo se
cortará cuando cese la causa primigenia, es decir, cuando el precio del
petróleo vuelva a subir y Rusia vuelva a generar muchas más divisas, y por
tanto el rublo se aprecie. Hasta ese momento la inestabilidad de precios sólo
puede ir a más y, lo que es peor, la inestabilidad social y económica irá en
aumento. Algunos analistas estiman que esta situación podría provocar una caída
del PIB ruso de un 4,5%.
Tan grave es la situación que el gobierno ruso ha subido los
tipos de interés de sus bonos a 10 años en casi 7 puntos, situándolos en el
17%, unas cifras que aquí nos parecen de ciencia ficción. Otro ejemplo: La
pensión media de jubilación es de 11.600 rublos al mes en Rusia, si hace un año
rondaba los 257 euros, hoy se quedaría en apenas 116 euros. La consecuencia es
que la gente se echa a la calle a consumir y gastar su sueldo y sus ahorros,
antes de que estos se esfumen por efecto de la galopante inflación, lo que
redunda nuevamente en una retroalimentación del proceso inflacionario.
Las políticas monetarias se tornan ineficientes cuando no
existe un sustento real en la economía. Y el crecimiento de la economía rusa
estaba muy basado en el sector energético, viene a ser el ladrillo español, con
la diferencia importante de que es una burbuja que se sabe que tarde o temprano
volverá a hincharse, pero hasta que eso ocurra la vida para la mayoría de los
rusos va a ser mucho más complicada. La política de autarquía en la que se ha
embarcado Putin a raíz del conflicto ucraniano no hace más que echar sal en la
herida.
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