La tripulación se componía de 175 marines, veinte oficiales
y el señor Haddock Pollard, el capitám al mando de la misión. Solo Haddock y su
segundo, el señor Dick Ass, conocían al detalle, hasta sus últimas
consecuencias, los pormenores de la misión que se encontraban a punto de
ejecutar. El resto de la triuplación se encontraba tranquila en la creencia de
que lo que estaban desarrollando eran unas nuevas pruebas militares de chequeo
de la nave subacuática más segura del mundo, así como labores rutinarias de
control.
Pero la realidad era otra bien distinta, como atestiguaba la
cuenta corriente del capitán Haddock en las Islas Caimán, una cuenta con una buena
ristra de ceros, la jubilación garantizada a sus 35 años. Había sido
seleccionado con sumo cuidado entre una lista impresionante de oficiales con
curriculums de la extensión de un hacker de nivel internacional. En su favor,
como elementos determinantes habían contado dos circunstancias. Por un lado su
reconocida y ensalzada sangre fría. Haddock era un todoterreno y que ahora se
encontrase en un submarino era algo meramente circunstancial, la suya no era un
carrera militar en la marina sino un 4x4 de las artes militares, un soldado de élite,
como gustaban decir en las pelis de Hollywood. Había relizado misiones de alto
riesgo en casi tidos los continentes, menos en Australia, que se supiese, de
momento los canguros no ofrecían ninguna amenaza para el gobierno americano.
Graduado como ingeniero aeronaútico por la Universidad de Yale, su otra gran
cualidad que le hacía destacar por encima de la media, era su coeficiente
intelectual. Como le gustaba decir a un amigo suyo de toda la vida, para
medirlo deberían reinvertar la escala, simplemente se salía de los parámetros,
un tipo que podría mirar al gran Da Vinci por encima del hombro.
Así que no era extraño que un mercenario de lujo como el
capitán Haddock se encontrase a los mandos del submarino más potente del mundo.
Después de concluida con éxito la misión, pensaba retirarse a algún paraíso
caribeño, junto con su esposa y empezar a engendrar vástagos que heredasen su
imperio, y su intelegencia, algo que ya debería haber comenzado hace algún
tiempo pero que su infernal ritmo de vida no le había permitido hacer hasta ese momento. De hecho, a punto había estado de costarle su relación con su novia, una
abogada de éxito en Manhattan, en varias ocasiones. Pero la fuerza, el
atractivo, y la capacidad de superación de Haddock habían conseguido superar
las crisis y ahora estaba a un paso de su sueño, de independizarse del
entramado militar estadounidense y empezar a volar solo, de olvidarse de vivir
en las grandes metrópolis y llevar una vida de aire puro y vivificante a
orillas del Caribe.
Si bien Haddock podía ser el hombre ideal para una misión de
alto riesgo como la denominada “Tiburón Blanco” que ahora llevaba entre manos,
su tripulación no lo veía con los mismos ojos. Para con ellos, era un tipo
distante, frío y exigente, que no admitía errores ni actitudes poco
profesionales, en su opinión sus subordinados tenían que estar al cien por cien
de sus capacidades en todo momento, sólo así se podía garantizar una victoria
total frente al enemigo. Y esa había sido una de las exigencias, además de la
económica, del capitán a la hora de seleccionar a la tripulación. Todos ellos
eran gente de valía contrastada, con experiencia militar, no había ni siquiera
uno de ellos que no hubiera obtenido algún tipo de condecoración al éxito
militar.
Y la verdad es que iban a necesitar de toda su pericia.
Tiburón Blanco se desarrollaba en el mar del Japón y en medio de una creciente
hostilidad y tensión entre las dos grandes potencias del lejano oriente, China
y Japón. Los chinos se habían convertido ya en una potencia militar y económica,
pero sin embargo eran los japoneses a los que los EEUU más temían. Según su red
de espionaje, estaban a punto de culminar un proyecto que dejarían al Asesino
Silencioso a la altura de un bote de remos. Se trataba de un submarino
propulsado por unas turbinas ultrasónicas y con una fuente de energía
desconocida, el gran secreto que no habían logrado descifrar, que permitiría a
los submarinos japoneses duplicar o triplicar la velocidad de los motores
nucleares más avanzados.
En una operación sin precedentes que, por lo temerario, el
servicio de inteligencia equiparaba al lanzamiento de la bomba atómica sobre
Hiroshima, el submarino S56 debía destruir las instalaciones militares
portuarias en las que see estaba desarrollando el ultrasecreto submarino, en la
pequeña isla de Okinawa. Por supuesto, eso era lo bueno, la autoría recaería
sobre el gobierno chino, ya que el S56 iba equipado convenientemente con
armamento chino de última generación, que ni siquiera había llegado a los "concesionarios". Si todo salía bien esto equivaldría a una declaración de
guerra, prácticamente, y en medio del caos el servicio de espionaje de la CIA
pretendía hacerse con los planos secretos, es decir, aprovechar la pantalla de
humo para llegar hasta donde ahora no había conseguido hacerlo. Pero esa parte
a Haddock no le interesaba en absoluto, su cometido era simplemente arrasar la
zona portuaria de Okinawa y poner pies en polvorosa sin ser detectado, lo cual
no era tarea sencilla teniendo en cuenta el nivel de vigilancia que rodeaba a
Okinawa.
-Profundidad y distancia al objetivo – demandó el capitán
-Mil pies de profundidad, objetivo a 20 millas, rumbo trazado,
mi capitán
-Sónar, aquí el capitán, alguna novedad?
-Nada, mi capitán, todo limpio como una patena, no
detectamos actividad submarina en la zona
-Bien, voy para allá, a partir de ahora daré las instrucciones
desde la sala de sónar
-Sí, mi capitán
El sónar era el punto neurálgico de un submarino nuclear
cuando este se encontraba en medio de las grandes profundidades abisales. Eran
sus ojos y sus oídos, a través de los cuales percibía el relieve marino y la
presencia de otras criaturas artificiales o naturales, así que el puesto clave
se encontraba bajando unas cuentas escaleras desde el puente de mando. Según el
rumbo marcado, si no surgía ningún imprevisto en una hora empezarían los fuegos
artificiales.
A cargo del sónar se encontraban dos de los hombres más
experimentados que él hubiera conocido, de hecho, el capitán los había escogido
personalmente, como condición ineludible para llevar a cabo la misión. Ford y
Mustang parecían haber nacido para vivir dentro de un submarino, el casco de
acero era como su segunda piel y el equipo de rastreo una extensión de sus oídos, podían
escuchar sonidos, matices, las arrugas del océano que nadie más era capaz de
percibir.
-Señor, con todos mis respetos, estamos a menos de 5 millas
de la costa, y le sigo diciendo que ahí pasa algo raro, no es una máquina, no
es un submarino, tampoco son torres de misiles instalados en el fondo marino,
no sé lo que es. Pero sí sé una cosa, sea lo que sea nunca he visto nada igual
y está... vivo, me comprende?
-Lo intento, Mustang, de verdad que lo intento, pero hoy te
has levantado con el pie izquierdo o yo no he bebido suficiente café, porque no acabo de
ver claro lo que me quieres decir – replicó el capitán con todo el aplomo que
le carectizaba, pero con una loz roja que palpitaba en su interior, que no
dejaba traslucir a su tripulación pero que le avisaba de que algo
extraordinario, lo imprevisto, lo que no estaba en los informes de espionaje ni
en las cartas de navegación, estaba a punto de mostrarse al mundo, y esa voz en
su interior era cada vez más potente. La útima vez que había sentido algo así
había sido hacía muchos años cuando había apretado el boto de eyección en el F16
que pilotaba, poco antes de que un misil salido de no se sabe dónde lo hiciese
estallar en el aire como una calabaza llena de caramelos.
-Lo que trato de decir, mi capitán, es que percibo sonidos,
movimientos, pero que no son de ninguna máquina conocida, ni hélices, ni tubos
de torpedos ni siquiera el motor de un buque o la barquichuela de un pescador
-Pero, qué tipo de sonidos, Mustang? Hable claro, por lo que
más quiera, déjese de rodeos! Estamos a cinco minutos de iniciar un ataque al
Japón y usted me viene con acertijos!
-Señor, con todos mis respetos, si lo supiese no estaría aquí
de cháchara con usted. Solo puedo decir que es algo que nunca había escuchado
antes y llevo más de veinte años de servicio y...
-No me lea ahora su curriculum, me lo conozco de memoria.
Usted que piensa, Ford? – inquirió el capitán con una mirada fija clavada en el
otro jefe de sónar
-Estoy con Mustang, señor, esto no es normal. Quizás se
pudiera tratar de ballenas...
-Me está tomando el pelo, verdad?
-No, señor, nada más lejos de mi intención. Pero...
-No, señor, nada más lejos de mi intención. Pero...
-Pero qué? Vamos, no se quede callado hombre!
-Que...es como si fuesen muchas..., muchas ballenas. Quiero
decir, una sola no podría transmitir ese tipo de movimiento o de sonoridad.Y no
se trata del sonido que hacen las ballenas, para nada, es como el ruido de algo
desplazándose por la costa, contra el manto de corales, como de algo que rasca,
así lo definiría yo, es todo lo que puedo decir.
El capitán se quedó unos segundos pensativo, escrutando a
sus hombres y la pantalla de sonar que permanecía sin mancha. Seguía sintiendo
el aguijón que le avisaba de que había algo que no estaban teniendo en cuenta,
pero con toda su experiencia y sus conocimientos no veía que otra cosa podía
hacer no siendo lanzar los misiles y torpedos o salir por patas de aquellas
aguas infestadas de tiburones y sabía dios de qué más, correr junto a su novia
que le estaría esperando con los brazos abiertos y devolverle la pasta al tío
Sam, y que le hiciesen el encargo a otro. Pero él no era de ésos, su
superioridad y su orgullo no le permitían poner tierra de por medio sin una
buena y concreta razón que esgrimir antes sus superiores.
-Está bien. Póngame con la sale de torpedos.
-Sí, señor
-Atención, sala de torpedos, armen los tubos 1, 2, 3 y 4.
Preparen también las tuberías H y J para el lanzamiento de los misiles
nucleares agua-aire
-A sus órdenes, mi capitán
-Bien, avísame en cuanto esté todo dispuesto
-Bueno, chicos –dijo el capitán dirigiéndose de nuevo a Ford
y Mustang, estáis solteros, verdad?
-Sí... –contestaron los dos al unísono con un tono de
desconcierto en la voz
-Bien, pues esto os valdrá de práctica. Hablad ahora o
callad para siempre, qué coño tenemos ahí delante?
Los dos miraron sistemáticamente para la pantalla al tiempo
que apretaban los auriculares, tratando de captar, descifrar, adivinar e
interpretar los sonidos del fondo marino. Pero el silencio siguó aumentando de
volumen.
-Misiles y torpedos armados, capitán - se oyó por la megafonía, en medio de un crujido metálico
-Esperen mi señal para lanzamiento. Bien chicos, tenemos un
minuto más antes de que yo apriete este botoncito rojo, han escogido novia o
seguimos en plan tímido?
-Un momento, capitán...
-Qué sucede?
-El ronroneo se intensifica, ahora es continuo y claramente
perceptible, y aumentado de volumen, es como si fuese un...
-Terremoto? Pudiera ser, eso sería una explicación bastante
lógica a todo este misterio, esta zona es bien conocida por su alta actividad
sísmica –argumentó el capitán- en ese caso, será mejor que nos retiremos mar
adentro y ganemos profundidad, si se produjese un tsunami nos levantaría como
si fuésemos un barco de papel.
-Espere, mi capitán, oigo como pasos...
-Pero es que está diciendo, Mustang? Se ha vuelto loco o es
que ha estado bebiendo? Sabe que tengo terminantemente prohibido...
El capitán Haddock no pudo terminar la frase, porque una zarpa del tamaño de la isla de Okinawa levantó en cuestión de décimas de segundo al
submarino más rápido del planeta, como si fuera de goma, lo sacó de las aguas y
lo lanzó por los aires a una velocidad de varios cientos de millas por hora,
sin rumbo fijo. Pero ya daba igual, toda la tripulación yacía muerta antes de
que el gigante hubiese usado el navío a modo de disco de lanzamiento, la
aceleración ejercida sobre el buque al extraerlo del agua a una velocidad
endiablada había generado una fuerza de presión que multiplicaba por varios
cientos la que soportan los astronautas que son lanzados al espacio. Sus
cuerpos eran pura papilla antes incluso de salir del agua. Después, el gigante
volvió a las profundidades y siguió disfrutando de su hibernación, a la espera
de que llegasen temperaturas más cálidas que activasen su instinto depredador.